EN BLANCO
Amor
LOS DIRECTIVOS del gran Hollywood sentenciaron hace décadas que los caballeros las preferimos rubias, aunque acabemos por casarnos con las morenas. Exigencias del guión, que dirían las gloriosas artistas españolas de la época del destape, pero lo cierto es que los hombres reclaman en la mujer vistosas hechuras y, a ser posible, escaso y tontiloco número de neuronas en el cerebro. Así contado suena más feo que encontrar al señor obispo en un bar de alterne, una de esas coñas teóricas salpicadas de negatividad y encubiertas por el tibio manto de la ignorancia. Es lo que afirma, sin embargo, un estudio referido a ese autoholocausto que se ha dado en llamar amor. La encuesta realizada a pie de obra entre un millar de británicos y británicas en edad de merecer asegura, muy al contrario, que las féminas valoran especialmente la inteligencia y el saber estar del iluso candidato a matrimoniar, pese a que el aspirante a galán tenga una cara parecida a la del desventurado Quasimodo. Es posible que unos y otras mientan como portavoces parlamentarios en cuanto a gustos y preferencias, pues ya explicó el gran humorista Jardiel Poncela que todo lo relacionado con la libido humana es materia espinosa y embustera. Sin ir más lejos, decía, resulta de lo más curioso e incomprensible que cuando el caballero pide la mano a una señorita, lo que está solicitando realmente es manejar el resto de su cuerpo. En definitiva, que el amor presenta un intrincado orden de pautas y protocolos, siendo en ocasiones un auténtico regalo de los dioses, las menos, y otras muchas una experiencia realmente tóxica.