La lejanía

NADA INFLUYE más en nuestros sentimientos que la distancia. La distancia real, física, la que se mide en kilómetros, en miles de kilómetros. Entre mis amigos, que no por casualidad son todos personas de gran corazón, no hay ninguno que esté apesadumbrado por la situación de Níger. En esa república africana pueden morir de hambre tres millones de personas que nunca han estado de vacaciones. Los dioses oscuros se han cebado en él y pasan calamidades incluso los hechiceros. La sequía asoló el país, que según algunos es el más pobre del planeta, y luego llegó la plaga de langostas, arrasando las cosechas. Destino negro. Entre el sida y la avitaminosis África se muere, pero nadie tiene demasiado interés ni siquiera por ir a su entierro, salvo ese exiguo grupo de personas que nunca serán beatificadas y trabajan en las oenegés o en Cáritas o en Manos Unidas. La lejanía amortigua mucho la compasión del género humano. A mí, sin ir más lejos, la piedad me ha durado exactamente dos segundos. Se la ha llevado el aire casi imperceptible que se origina al pasar la página del periódico. Una vez informado de la situación de Níger me han interesado otras cosas más cercanas. La huelga de basuras de Almería, que puede llevar a la suspensión de la feria, lo que sin duda sería un acontecimiento histórico, y el resultado de la autopsia realizada a un atracador peruano al que mató un policía. Como tantas otras veces, fue sin querer. El arma se disparó de forma fortuita cuando otro miembro de la banda del peruano pretendió arrebatársela al agente. De eso sí hablamos mis amigos y yo, que también me considero una persona de buen corazón, al menos de un corazón digno de mi hígado. No deseo que el policía sea condenado, pero tampoco me parece bien que se condene a esos dos hombres que llamaron hijos de Carod a mossos de escuadra de Tarragona. La hipótesis, ciertamente, no puede ser probada. Son muchos, además, y al político catalán no ha podido darle tiempo. Viaja constantemente. A ver si se llega a Níger.