Diario de León
Publicado por
ENRIQUE CIMAS
León

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DON GREGORIO Martínez Sierra, además de ser un notable autor teatral -como demostrara con Canción de cuna , entre otras muchas obras- fue también un poeta de mucho fuste. Ahora mismo me cuadra en el pórtico de este artículo citar su definición del viento, del que decía «desatinado gemir de una boca de gigante enfermo». Al margen de las figuras retóricas del escritor madrileño, el viento si que es, a primera percepción, un trastocamiento de distintos grados en el orden de las cosas y de las causas normales. Un incordio desatado y, nunca mejor dicho, airado. Una especie de furia blanca y ululante en la estepa, y de rugido precursor de tormenta en la angosta cañada, o en el entorno de la pieza artillera. Mas cuando el viento se suaviza y docilita, cuando se aviene a ser vehículo de refrigerantes sensaciones, cambia su faz de cristales puntiagudos y se transmuta en caricia de «aire en movimiento»; más en consonancia con los textos de la física primaria, y con los lugares comunes de la pedagogía popular. Los vientos, los físicos, pero sobre todo los metafísicos, son de una variedad asombrosa. Si alguien te carga más de lo razonable, lo puedes mandar a «tomar vientos»; cuando proceden de levante, se preocupan mucho en Málaga y Cádiz. Si las promesas, sobre todo en materia de amor, no se cumplen, es porque se «las llevó el viento»; para pergeñar un guión literario con alguna posibilidad de éxito, ya se sabe, hay que recurrir al «viento de la historia». Algunas abuelas del pasado siglo, especialmente en los pagos rurales, llamaban al ventarrón «el tío sinhuesos». De otra parte, para determinadas actividades socioeconómicas y políticas a veces «soplan malos vientos». Igual que para señalar que algo bueno, o regular, nos acontece muy de tarde en tarde, decimos que tal hecho se presenta «de ciento en viento». Ah, y «quien siembra vientos recoge tempestades». Vientos destructivos y pavorosos se han desatado en Irak, país mártir por definición, donde las muertes se suceden día a día en fluencia aparentemente incontenible. Y no es menguado el suplicio que desde siempre, aunque de forma más acentuada en los últimos tiempos, padecen judíos y palestinos, en un vendaval de incomprensiones, ficticias hojas de ruta y tácticas de talión. Por último, huracanes bélicos martirizan a las pobres gentes de Afganistán, victimas del fanatismo intransigente y duro, una cerrazón pseudo religiosa ¡que claro que está precisando de una respuesta categórica de la comunidad internacional ; y escenario del drama que ahora mismo padecemos los españoles por el protagonismo -pleno de generosidad- de diecisiete miembros de nuestro Ejército, allí muertos heroicamente. El ministro Bono ha mencionado al viento como una de las posibles causas desencadenantes (¿?) de la tragedia. Maldito viento, malditas circunstancias inmediatas -fueran las que fueren- que nos han sumido en la tristeza. Pero no en la desesperanza. Porque mientras haya seres dispuestos a dar su sangre para rescatar a otros de la miseria y la opresión, habrá aire fresco de regeneración social y amor a la Patria; concepto, éste, que lamentablemente nos está siendo secuestrado desde el nacionalismo irracional y separatista. Ante la pasividad de algunos¿ Por supuesto que si corren «malos vientos», tal expresión está reconociendo implícitamente la existencia de otros distintos, sin carga negativa; no malos. Incluso que pueden ser buenos en lo climático, en lo humano y en lo espiritual. Y a éstos se los suele denominar frecuentemente vientos bonancibles, como en marinería; o de esperanza, como por ejemplo en los ámbitos próximos a la Santa Madre Iglesia. Y fue el viento de la meteorología renano-westfaliana el que arrancó el solideo de Benedicto XVI (B16, como cariñosamente le ha querido rebautizar la multitudinaria juventud presente, móvil en mano) al iniciar el Vicario de Cristo su descenso por la escalerilla del avión en Colonia. Sonrió el Papa, le devolvieron el solideo, fuese y no hubo nada. Mejor dicho, si hubo algo: el estallido de una atronadora ovación acompañada de vítores de cientos de miles de chicas y chicos dando al Santo Padre la bienvenida a su patria de nacimiento. El aura personal de Joseph Ratzinger era en esa ocasión, y lo es casi siempre, de digna y paternal actitud. Ese aire , es decir, ese decoro innato, esa su serenidad inalterable, nunca se trocará en viento políticamente incorrecto. Ni política, ni humana, ni pastoralmente. Por el contrario, la estampa peculiar de B16 coronado por el venerable penacho blanco de su cabello, derivará -ya se está notando- en «viento de buen augurio» para una futura cosecha de fraternidad ecuménica hacia el abrazo en Cristo; cosecha cuya besana abrió su antecesor, Juan Pablo II : (¿) «Es como si el Jubileo de los jóvenes, decía Karol Wojtyla, nos hubiera «sorprendido», transmitiéndonos, en cambio, el mensaje de una juventud que expresa un deseo profundo, a pesar de posibles ambigüedades, de aquellos valores auténticos que tienen su plenitud en Cristo. (¿) Si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger el Mensaje, incluso si es exigente y marcado por la Cruz». Y díganme ustedes si el siguiente texto de Benedicto XVI, en íntima conexión con el Mensaje del Redentor, no es definitivo en orden a una adecuada conducción del pueblo de Dios y, en este caso, de su juventud: «(¿) Las cosas terrenas van bien sólo cuando no olvidamos las superiores: no podemos perder el camino justo que distingue al hombre. (¿) Debemos insistir en la búsqueda de cosas mayores y convertirnos en una ayuda para quienes intentan levantarse y encontrar la verdadera luz, sin la que todo es tiniebla en el mundo» Mas de ochocientos mil jóvenes de Europa -principalmente- y de otras regiones de la Tierra han sellado, en esta XX Jornada de la Juventud, una novísima alianza entre el Vicario de Cristo y la esperanza renacida en el corazón del joven que busca aire -fresco y reconfortante- para respirar la nítida atmósfera de Cristo, auténtico y puro viento de amor. 1397124194

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