Soldadito español

ASEGURAN que Afganistán no es el infierno de Irak, sino un anexo. Una especie de sucursal donde no corren tantos riesgos los 1.000 soldados españoles que cumplen misiones de paz, que son las más peligrosas en tiempos de guerra. (A los contendientes no les gusta que vengan gentes de fuera y no les dejen matarse a gusto). Lo del siniestro del helicópero Cougar en Afganistán, donde murieron diecisiete de nuestros valientes soldados, ha sido en realidad sólo un episodio, pero hay que tener en cuenta que a los muertos les da lo mismo caer en una gran batalla que en una escaramuza. En Stalingrado o a causa de una bala perdida, «allegados son iguales». En opinión de Heinrich Boll, un soldado que comienza a pensar casi ha dejado de serlo. No creo que sea cierto. Todos los soldados piensan al menos en una cosa: en volver. Los que mandamos a Afganistán cobran tres mil euros mensuales. Hubo otras épocas peores. En la admirable revista Torre de los Lujanes , que edita la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, leo un excelente trabajo de Enrique Martínez Ruíz, titulado «La vida de un soldado en tiempos de Cervantes». Era horrible, la vida de los protagonistas, no el reportaje. Motivos muy diversos empujaban a aquellos remotos jóvenes a optar por la vida militar: desde el deseo de aventura hasta el de escapar de la justicia. Puede asegurarse que por cada soldado de fortuna había muchísimos de infortunio. Tenían que pagarse las armas y el caballo, que era el que aceptaba todo con mayor naturalidad. Se le retrasaban las pagas y había que fijarse en el hecho de que llevaran pica o arcabuz para diferenciarles de los mendigos. «Ahora más motivos para entrar» es el eslogan de la nueva campaña de reclutamiento. El ministro de Defensa, José Bono, es de suponer que con el beneplácito del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, vinculó su continuidad con la subida de sueldo de nuestros militares. Lo que queremos es que vuelvan los de Afganistán. Ya.