LA VELETA
Sanidad e impuestos
ES DE UNA LÓGICA aplastante: si el Estado, por sus propias normas y por las normas comunitarias, no puede endeudarse, y si el dinero de los presupuestos generales no alcanza a pagar el servicio médico o sanitario confiado a las autonomías, no habrá otro remedio que elevar los impuestos de los ciudadanos para que esa factura no siga proporcionando una deuda acumulada tan asfixiante. Pero, claro está, ningún gobierno autonómico quiere ser el que más eleve los impuestos a los ciudadanos. Puede dedicar el dinero presupuestado a atender a los heridos de los encierros taurinos de las fiestas patronales, o puede dedicar el dinero de sus propios presupuestos a hacer navegable el río Manzanares, conforme acaba de anunciar la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Pero elevar un céntimo, o tres, los impuestos sobre el tabaco, la gasolina, o la luz, eso nadie lo quiere hacer. Nadie quiere cargar con la impopularidad de subir los impuestos. Pero tampoco se compromete nadie a reducir los gastos sanitarios prescindibles, es decir, a hacer más eficaz el sistema. Y para colmo, la demagogia que siempre resulta tan eficaz en materias como ésta. La señora Ana Pastor, que fue ministra en esta materia, y que debiera conocer bien la asignatura, se queja de que, con los procedimientos en curso, pronto habrá diecisiete sistemas de salud, distintos en cada una de las autonomías. Pero eso hace tiempo que ya es una realidad perfectamente comprobable: unas comunidades ofrecen asistencia dental para los chavales, otras comunidades desvían pacientes hacia comunidades vecinas... No falta la que presume de disponer de la mejor cirugía de la nación española... Nada nuevo en ese sentido resoecto acuando ella dirigía esa misma cartera. La novedad es escasa: que se pretende añadir a los impuestos sobre carburantes, tabaco y alcoholes, siempre crecientes para afrontar el gasto sanitario, el impuesto sobre el consumo de luz. Y no hay que descartar que, sin que pase demasiado tiempo, y siempre para afrontar el desmesurado gasto sanitario nacional, se recurra también a los impuestos sobre la utilización de los teléfonos móviles. La imaginación de nuestros administradores no da más de sí: si el gasto es cada vez mayor porque ha crecido la población y porque mantener la salud es crecientemente costoso, será inevitable recurrir a las fuentes de financiación de siempre, y añadir alguna más. Sin reparar en que posiblemente sea bastante lo que podría recortarse, o administrarse mejor, en los gastos ya existentes.