Tributos

SI USTED PUEDE comprarse algo, no sé, un paraguas si es un optimista o una cantimplora si tiende al pesimismo, debe hacerlo inmediatamente. Hágame caso. En mi larga vida lo único que he visto bajar es la moral. Todo lo demás sube siempre y no hay indicios racionales que nos induzcan a pensar que los precios vayan a alterar sus tradicionales costumbres. Ahora las autonomías, que siempre van a lo suyo, se disponen a subir los impuestos de la luz y el combustible para paliar su déficit sanitario. El terrorífico huracán Katrina se cuela también por las rendijas del Ministerio de Hacienda y el precio del petróleo marca nuevos récords por la especulación, que también sopla lo suyo. Pero aunque todos los carburantes son hoy al menos un 25% más caros que en enero, la demanda no se resiente en España: continúa lentamente a la baja el consumo de gasolina, pero sube vertiginosamente el de gasóleo. A nadie puede sorprenderle que al Gobierno le de la ventolera y decida aumentar los tributos. Ya puestos a incrementar, han pensado que por qué iban a hacerlo únicamente con los impuestos de la luz y el combustible. Eso sería quedarse cortos y además existe una justificación, ya que la injustificable guerra de Irak ha hecho saltar los precios del crudo. Hay que subir también todo lo demás, para conseguir un conjunto armónico, y desde enero se incrementarán también los tributos que gravan el alcohol y el tabaco. ¿Cómo protestar por eso? Hay mucha gente convencida de que ambas cosas son perjudiciales y otra mucha a la que le parece injusto que no le perjudique a todo el mundo por igual. Debemos aceptar, aunque sea de mal grado, que aumente el precio de las bebidas de alta graduación alcohólica y que suba el precio del humo, que al fin y al cabo es su alto destino. Lo intolerable es que la gasolina sin plomo cueste más de un 23 por ciento que a principios de año. Todos los pobres tienen coche. Uno de ellos me decía que lo peor es que se le engancha la suela rota del zapato en el acelerador. Con el consiguiente peligro.