Diario de León
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FABIÁN ESTAPÉ
León

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EN ESTA TIERRA bendita no se agotan las más extraordinarias sorpresas. Miren ustedes: seguramente por la deformación que ocasionan las experiencias derivadas de examinar mas de treinta y cuatro mil alumnos/as en las universidades de Zaragoza, Barcelona y Pompeu Fabra, además de treinta oposiciones a cátedra de toda España, he seguido con marcado interés las andanzas del Tribunal número 2 de Salamanca de las oposiciones al cuerpo de maestros por la especialidad de educación física. A veces sería mejor, sobre todo para algunos, no actuar de Sherlock Holmes, como me recomendaba mi mujer. No seguir atinados consejos tiene su castigo. Vean: unos legítimos aspirantes a las plazas regiamente convocadas por la Junta, que desde hace años decide los destinos de los leoneses, han superado la primera prueba escrita con una cifra que impresiona, al menos por su presentida exactitud: 6,8520. Amigos que también tengo en estas tierras, me cantaron el tradicional ¡Albricias, pan de Madagascar! Y dando por bueno lo que estadísticas anteriores decían, nos dispusimos a elegir el día y la hora para la celebración definitiva. Pero, el ya citado Tribunal nº 2 de Salamanca ( ¡si don Miguel de Unamuno levantara la cabeza!) resolvió la prueba oral de marras con 4,988. Sibilina solución porque en el mundo de la inexactitud que reina después de Einstein y de Max Plank, bastan dos milésimas para dejar sin plaza a la que obtuvo calificación holgada en el primer ejercicio. Claro está que la sustración de las dos milésimas ha facilitado que consigan plaza algunos de los que habían mostrado bastante menos nota en el primer ejercicio. La cifra de aspirantes y de plazas digamos que otorgadas por los representantes de la Junta de Castilla y León generan toda clase de amargos comentarios. A lo largo de mis años de catedrático de universidades he recordado siempre dos grandes injusticias: la que se cometió con don Miguel de Unamuno y la que también se cometió con el señor Ramón y Cajal; porque los dos no pudieron ganar su cátedra hasta la tercera intentona. Me decía un viejo maestro: «Mira Estapé, nadie recuerda el nombre de los gaznápiros que suspendieron a Unamuno y a Ramón y Cajal y todo el mundo, aquí y fuera de aquí, recuerda a los que fueron en su momento por dos veces víctimas del juego de las milesímas». Después de vivir felizmente en estas tierras leonesas, después del episodio de las dos milésimas, creo sin ser tránsfuga que para los señores de la Junta aposentada en Valladolid somos justeros y junteros con la esperanza cada vez más limitada a Primitiva.

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