CON VIENTO FRESCO
Nacionalismo, un fuego amenazante
RESPECTO A LAS CRÍTICAS al nacionalismo que nos arrastra alocada e inexorablemente al abismo, tengo la sensación de parecerme al payaso de la parábola de Kierkegaard, que Ratzinger, en su Introducción al cristianismo , aplicaba hace algunos años al teólogo moderno. La recuerdo para los que la desconozcan. En Dinamarca, el director de un circo, en el que se ha declarado un incendio, envía a un payaso ya vestido para la función, que busque ayuda en la aldea cercana. El pobre payaso grita desesperadamente ante los campesinos que le rodean para que le acompañen a apagar el fuego. Todos se ríen pues creen que es una argucia bien interpretada por el payaso para que asistan al espectáculo. Cuanto más grita y se desespera, menos creen que sus gritos de alarma tengan que ver con el fuego del circo hasta que éste, arransando los campos resecos, llega a la aldea e incendia las casas de aquellos necios y atolondrados campesinos. Los que una y otra vez gritamos en la plaza pública de los medios de comunicación sobre el fuego del nacionalismo, que amenaza con destruir el proyecto secular de España, desintegrando la nación en una serie de pequeños estados insolidarios, somos como el payaso de la parábola. Nadie nos cree: en el mejor de los casos somos unos graciosos que pocos se toman en serio; en el peor unos alarmistas a los que se debería amordazar. La reforma unilateral, y por la tremenda, de los estatutos de autonomía y, por consiguiente, y a la chita callando, de la Constitución, que pretenden las oligarquías nacionalistas, con las alas prestadas por la irresponsabilidad de Rodríguez Zapatero, acentuará aún más un proceso de sustitución de la soberanía nacional -la soberanía popular- por la soberanía nacionalista de unas oligarquías económicas que, utilizando los nuevos mitos identitarios, ahondan en la desigualdad entre los ciudadanos y en la insolidaridad entre las regiones. Hace cien años, Marx señalaba que «el poder público viene a ser pura y simplemente el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa». Esto es hoy aún más evidente, y toda referencia al mercado no es sino un eufemismo que enmascara el verdadero poder: las oligarquías económicas y financieras. Éstas buscan su opacidad tras los políticos de turno, o tras los consejos de administración de sociedades que, a su vez, controlan a otras sociedades. Lo vemos así con la decisión política, mixtificada como una operación financiera, de la opa sobre Endesa de Gas Natural. Parece que detrás de esa empresa no hay sino entes anónimos, Repsol, Iberdrola, la Caixa y otras entidades financieras; pero no es verdad, hay intereses de personas concretas que pretenden, amparándose hoy en el nacionalismo, incrementar su poder. Estas oligarquías de Cataluña y el País Vasco buscan plataformas que les permitan un día la independencia, y romper la solidaridad con respecto a regiones españolas menos desarrolladas, que son, en su opinión, una carga. Algunos ingenuos -necios o modorros, mejor- creen que estas operaciones no afectarán al resto del territorio nacional, pero se equivocan. Es obscena la indiferencia de los sindicatos leoneses y las críticas que ha recibido el presidente de la Diputación por decir algo evidente: la adquisición de Endesa -que nació en Ponferrada- por Gas Natural sopondrá la muerte inexorable de nuestra minería del carbón. Esa es una de las lenguas del fuego; otra amenza a la educación y la sanidad. Cada comunidad tendrá una educación y una sanidad diferente en razón de sus recursos propios; el Estado ya no tiene dinero ni competencias. La desigualdad (profesionales con sueldos diferentes, ciudadanos con desiguales prestaciones) y la insolidaridad están servidas. Incluso aunque aquellas regiones no alcanzaran su independencia, lograrían posiciones hegemónicas que serían perfectamente asumibles por un Estado con fuertes niveles de desigualdad. El fuego avanza; habrá que seguir gritando mientras nos dejen.