Diario de León

DESDE LA CORTE

Votan los «enemigos» de España

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FERNANDO ONEGA
León

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EL CONGRESO aprobó ayer la Ley de la Defensa Nacional. Es una ley importante, pero con un detalle a subrayar: su gestación y aprobación parlamentaria es la muestra más pintoresca de los comportamientos políticos. Esta ley fue pactada por José Bono y Mariano Rajoy y, sin embargo, fue aprobada con los votos de los socios del gobierno: rojos e independentitas. El pacto Gobierno-PP fue roto en circunstancias confusas y por una sola letra: la «y», en vez de la «o» que obliga a que los envíos de tropas al extranjero sean aprobados por el Parlamento. El Partido Popular entiende algo peor: que Bono rompió su acuerdo en función del compromiso del Tripartito catalán que impide cualquier pacto con la derecha. Ayer, cuando la mayoría a favor de la ley ya estaba decidida, el diputado popular López Amor lanzó una maldición sobre ella: aventuró que será una ley corta. Es decir, que cuando el PP llegue al gobierno, redactará otra nueva. Consecuencia: si ahora estamos en un periodo de reformas, cuando gobierne la derecha, asistiremos a una riada de contrarreformas que no dejarán títere legal socialista con cabeza. Casi no hay una nueva ley que no aparezca en el BOE señalada con la amenaza de pronta defunción. En los nuevos textos legales hay que poner un cartelillo que diga: «provisional». Pero lo más sorprendente de la intervención del señor López Amor es cómo justificó su aviso de corta vigencia. Dijo que esta norma ha sido pactada con los independentistas, que no creen en la idea de España y, además, tratan de destruirla. Quiere decirse que le echa la maldición por culpa de la «y», pero también por culpa de quienes la aprueban. Y digo yo: ¿qué ocurriría si volvemos el argumento del revés? Hago esta pregunta, porque también se puede decir que esta Ley merece respeto, porque, tratándose de la defensa de España, tiene el mérito añadido de ser respaldado por los «enemigos de España». José Bono merece consideración, porque ha conseguido que quienes aplican el concepto de nación sólo a su territorio, aceptan que la defensa de España sea «nacional». Y todo el gobierno merece algún reconocimiento, porque logra que esos incrédulos en la idea de España participen con sus aportaciones y votos en textos legales de interés para el conjunto del país. No son reflexiones frívolas. Es una parte más del debate de fondo en este país: qué hacer con los nacionalismos y los independentismos. Está claro que hay una parte de la clase política que los quiere fuera de todo ámbito de decisión. Y hay otra que, aunque sea espoleada por la necesidad de sus votos, está consiguiendo integrarlos. A mí, en esto, me gusta más la segunda. Las exclusiones sólo llevan a conflicto. Y los nacionalismos crecen cuando se echan al monte.

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