Murió joven

LA ONU MURIÓ joven; de vivir, aún cumpliría ahora sesenta años. Sin embargo, casi doscientos jefes de Estado y de Gobierno, esto es, casi todos los que hay, se reunieron en la que fue su sede, en Nueva York, fingiendo que sigue viva, un poco como los fans de Elvis Presley en los aniversarios de su deceso. Pero la ONU, que nació como autoridad supranacional para el mantenimiento de la paz y la concordia entre los pueblos de la Tierra, y ello sobre las bases del Derecho Internacional y el respeto a los Derechos Humanos, hace mucho que dejó de ser quien decía ser, que es un modo como otro cualquiera de morirse, cuando menos a los ojos del mundo. Murió, probablemente, de niña, cuando condenó a los españoles, recién concluida la II Guerra Mundial con la derrota del Eje fascista, a seguir padeciendo las sevicias del franquismo, que había sido su epígono y su aliado. Pesó entonces más la geoestrategia derivada de la Guerra Fría que el derecho y la libertad de un pueblo, el español, pero a partir de ahí siempre hubo algo que pesó más (la fuerza bruta, normalmente) que la Justicia. Instrumentalizada por las grandes potencias, que son las que dominaron siempre su Consejo de Seguridad, contempló impávida las guerras, los golpes de Estado y las matanzas (Corea, Vietnam, Angola, Sáhara, Sudán, India-Pakistán, Oriente Medio, ex-Yugoslavia, Irán-Irak, Irak...), cayendo, a causa precisamente de esa necrosis que le fue royendo el alma, en su actual estado de corrupción e inanidad. Se habla ahora de adaptar la ONU al nuevo escenario internacional, dominado por una única y todopoderosa potencia. ¿Más adaptada todavía?