Saber gastarlo

CASI todos hemos pensado más de una vez qué empleo le daríamos al dinero que no tenemos. El caso es que cuando se hacen cuentas imaginarias siempre nos falta una cantidad, por muy grande que sea la ilusoria cifra que nos hemos adjudicado. Ya se sabe que el primer impulso suele ser generoso y hay que vigilarlo, no sea que no dé para tantos donativos. «Hay muchas cosas en la vida más importantes que el dinero. ¡Pero cuestan tanto!», se lamentaba Groucho Marx. Otro al que parece que no le falta sentido del humor, puesto que sonríe siempre, es el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, que ha prometido que la Educación va a ser la estrella de los presupuestos. Ojalá sea así. No hay inversión más rentable. Su única pega es que es muy lenta. Si se crean 40.000 becas más y 300.000 plazas de educación infantil, en el futuro decaerá el llamado «botellón», la gente no gritará tanto en los restaurantes a la altura del segundo plato y las ciudades estarán más limpias. La educación es cara pero lo que sale realmente por un pico es la ignorancia. Lo más importante de los Presupuestos del Estado es el empleo. Está claro que no podemos dedicarle cinco puntos menos que en el 2004 a las obras hidráulicas, en vista de la sequía, tampoco podemos abandonar algo por atender otra cosa. Hace unos días, Diego Cañamero, secretario general del Sindicato de Obreros del Campo más abandonado, decía que «el problema de la reforma agraria es que el PSOE no ha expropiado ni una maceta». Estuve con Diego una sola vez, durante un par de horas. Olía a «herramientas y manos». También a decencia.