Diario de León
Publicado por
JULIA NAVARRO
León

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MEDIO Gobierno dice, en voz alta unos ministros, en voz baja otros, que el proyecto de Estatuto de Cataluña es inconstitucional y que no hay más nación que España. A pesar de que para el presidente Zapatero y sus aliados mediáticos que Cataluña se denomine nación es sólo una cuestión semántica. Y mientras la inquietud crece a cuenta del proyecto de Estatuto catalán, el Congreso ha dado luz verde a la modificación del Estatuto del País Valenciano, que algunos quieren poner como ejemplo de cómo hay que hacer las cosas. Los principales dirigentes políticos valencianos, el presidente de la Comunidad, Francisco Camps, y el líder socialista Juan Ignasi Pla, han sido capaces de presentar un texto consensuado en el Congreso, y esto en sí mismo tiene un valor político importante, porque es precisamente lo que hasta el momento no han sido capaces de hacer los dirigentes políticos catalanes a pesar de que los tres partidos principales comparten gobierno. En mi opinión, el principal valor de la «vía valenciana» es precisamente ése, el consenso frente a quienes pretenden hacer estatutos que no cuenten con el visto bueno de la mayoría de la sociedad. Aprobar reformas legales del calado de un Estatuto no se puede hacer si no es por consenso, no se puede hacer si hay una parte importante de los ciudadanos de toda España que rechinan ante las pretensiones del tándem Carod-Maragall. Quizá porque pertenezco a la generación de la Transición, creo firmemente en el valor del consenso, en que una parte de la sociedad no se puede imponer a la otra, en que es necesario buscar terrenos comunes y, sobre todo, en que no se puede modificar la Constitución por la puerta falsa. Un día, los españoles refrendamos por amplísima mayoría la Constitución, texto en el que se dice que no hay más nación que España, de manera que cualquier modificación en ese sentido debería de ser aprobada por otro referéndum, pero lo que el Gobierno no puede hacer es esconderse en argucias legales para colar el gol. Me pregunto si el presidente es sensible a la opinión publica, e incluso a la opinión de sus ministros, o su guardia de corps y los «pelotas» de turno que le rodean le dicen que pase de todo y que tire millas porque esto no le interesa a nadie. Uno de los problemas de los presidentes es que viven tan aislados como halagados, sin gente a su alrededor que haga el papel de Pepito Grillo, de manera que cuando leen en los periódicos lo que no les gusta, o escuchan una crítica en una radio o televisión, inmediatamente se sienten ofendidos, y los «pelotas» de turno les consuelan diciendo que no es que el presidente no tenga razón, es que los que discrepan de él son perversos adversarios a los que no hay que hacer ni caso.

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