Fuera de juego

ESPAÑA es un estado de derecho. Es una obviedad pero conviene recordar por si, en algún momento, alguien la olvida. España es un estado de derecho porque así lo hemos decidido y además queremos que lo siga siendo. Y como tal, debemos de respetar y defender los derechos de cada uno de los que habitamos este solar. También conviene tenerlo presente. Porque parece que, con demasiada frecuencia, lo olvidan aquellos que menos deberían de hacerlo. Sin ánimo de acusar a nadie, quienes ocupan los escaños de la oposición, que ahora están empeñados en no mirar al futuro como les pidió su presidente, sino en hacerlo hacia el pasado, aún a costa de quedar al margen de las preocupaciones de la sociedad. Y no es bueno para nadie que el partido de la oposición se siga arrinconando. Nadie desea verlo fuera del campo de juego, por mucho que sus dirigentes hagan lo indecible por escapar. Pero tanto en las reformas constitucionales o estatutarias, como en la lucha contra el terrorismo, en la Ley de Defensa o en la unión de gais, la oposición parece empeñada en situarse al margen. El recurso de inconstitucionalidad que anuncian los populares contra la ley de las bodas gais es un ejemplo más. Porque no es ésta, ni nunca ha sido, una de las preocupaciones centrales de nuestra existencia. Ni esta sociedad, plagada de machos, machotes y metrosexuales, le ha concedido mayor consideración. Han sido los movimientos más reaccionarios, apoyados por los populares, los que trataron de provocar un huracán donde no había más que una suave brisa. Una sociedad plural es igual que una botica. En ella hay de todo. Quienes se oponen a los derechos de los negros o de los inmigrantes, los que están contra la igualdad de sexos o contra la unión de gais. Y también los que defienden el estado de derecho. Sólo hay que saber dónde está cada uno.