Diario de León
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CÉSAR A. DE LOS RÍOS
León

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LO HA recordado Jordi Pujol hace unos días. La propuesta de sustitución del Estatuto catalán por otro nuevo surgió en el contexto de la oposición que organizó el PSOE contra el PP en la legislatura anterior. Es cierto que el PNV intentaba llevar adelante el 'plan Ibarretxe' y que el PSOE había concebido frente a éste la alternativa de Patxi López pero, en principio, la sustitución del Estatuto de Guernica no había sido asumida como algo ejemplar para el resto de las comunidades autónomas. Realmente, la propuesta de la reforma de los estatutos como superación del sistema autonómico se plantea en el contexto del acorralamiento al PP, al que se daba como ganador de las elecciones del 2004. Cuando Rodríguez Zapatero ganó las elecciones del 14 de marzo tenía dos grandes cuestiones con las que el PSOE estaba asediando al PP: la guerra de Irak por un lado y la reforma de los estatutos (vasco y catalán fundamentalmente) por otro. Con la retirada de las tropas de Irak solucionó el primero de los contenciosos, aunque fuera con un costo muy alto con EE. UU., pero ¿cómo resolver desde el poder el otro? No podía darle carpetazo, entre otras cosas porque estaba abierto ya un proceso en el Parlamento catalán y porque, además, el PSOE eligió como socios parlamentarios a ERC, Izquierda Unida e IU. Zapatero le pidió tiempo al tripartito para afrontar los problemas más inmediatos pero, pasado un plazo razonable, tuvo que aceptar la prosecución de los trabajos. Lo exigía no sólo Carod-Rovira sino Maragall y, de este modo, toda la vida política española se centró en la renovación de los estatutos. Eran días de euforia para Zapatero que, con una ingenuidad sin límite, pensó que su capacidad de diálogo podría bastar para contentar a nacionalistas catalanes y vascos. Aún más, rechazó de hecho la mano que le tendió Rajoy cuando le propuso una comisión de seguimiento de los problemas territoriales. Una de las cuestiones que no previó el presidente Zapatero fue la actitud que podrían mantener CiU en esta nueva circunstancia. No calculó que desde la oposición Artur Mas elevaría sus exigencias hasta el punto que le exige su nacionalismo tanto desde el punto de vista ideológico e histórico como en el plano de la independencia financiera. En una palabra, el reconocimiento de Cataluña como nación y un concierto económico. Pero ¿aprobaría el Congreso de los Diputados una propuesta inconstitucional como ésta? Zapatero había prometido que él apoyaría lo aprobado en Cataluña. En estos días se intenta cuadrar el círculo. Lo que pretende cada uno de los partidos en liza es salir mejor librado que el resto. Pero es seguro que del parto saldrá un monstruo.

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