FRONTERIZOS
La nación
Y EN esto que el Parlamento catalán, ni corto ni perezoso, da contundente respuesta a la eterna pregunta de qué es España. «Una nación de naciones», responden casi al unísono sus señorías en el idioma del maestro Josep Pla, que le pondría a esta discusión un toque gastronómico con sabor a caracoles. Aclarado el asunto por la parte noreste (mi admiración por lo catalán aumenta día a día), ya sólo queda despejar algunas pequeñas dudas para que nuestro futuro territorial quede perfectamente aclarado, para contento general de la clase estudiantil y disgusto de los fabricantes de mapas. Si, por lo que parece, España es una «nación de naciones», ¿cuántas naciones conforman la nación española? Y, lo que es más importante, ¿estamos a tiempo de incluir alguna nueva nación en el conjunto?: Sí. No. Quizás. (Táchese lo que no proceda). En caso de respuesta afirmativa a la segunda pregunta, existe la posibilidad de integrar la nación berciana en el nuevo mapa. Al fin y al cabo, tampoco es tan complicado elegir un nuevo color en el pantone para resaltar cartográficamente esta zona peninsular. La nación berciana, claramente definida por su glorioso pasado histórico y cultural, se dividiría, a su vez, en regiones con su propio autogobierno, en las que el castellano sería co-oficial con el gallego (versión lusista y versión TVG), el lliunés, el patxuezu, el burón (sólo en Fornela) y el cabreirés, aunque también habría que respetar el portugués de Cabo Verde y el urdu pakistaní. Con un poco de suerte, todo esto coincidirá con el centenario de Samuel Beckett, el escritor que mejor ha descrito el fracaso del lenguaje como vehículo de comunicación en el mundo contemporáneo.