EN BLANCO
Gijón
QUIERO a Gijón por muchas razones, entre las que se incluyen la playa de San Lorenzo, el rojiblanco equipo del Sporting y, lo que en estos tiempos supone un gran alivio, que en sus calles y bares no se habla y discute ad nauseum sobre la petardeante hazaña realizada por Fernando Alonso. Y es que no podemos olvidar que al nuevo campeón mundial de automovilismo le tocó nacer en Oviedo, ciudad que mantiene con la «perla del Cantábrico» una relación similar a la de Bush y Bin Laden. Gijón sigue siendo la mejor playa de León y, sin pretender entrar a valorar el muy cerrado mapa autonómico, cuánto mejor nos iría si los destinos comunes de la provincia se hubieran unido a los de la vecina Asturias. El caso es que los munícipes de Gijón, en un chispazo de voluntarismo, han iniciado los trámites para incorporarse a la red mundial de ciudades por la paz que promueve el ayuntamiento de Hiroshima, iniciativa surgida al cumplirse el sesenta aniversario del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki. Toda la ciencia del horror y la destrucción descargó entonces sobre el agonizante imperio nipón, poniendo un bárbaro broche a la II Guerra Mundial. Los dictados del sentido común nos enseñan que poco han cambiado las cosas, pues ahora mismo vivimos en un mundo a la deriva donde la dinámica de los conflictos se extiende a lo largo y ancho del planeta. La cerrazón tecnológica, ciega a toda evidencia, sigue instalada en una fantasía de fuerza y omnipotencia. Pero se equivoca, pues ya dijo Einstein que no tenía la menor idea de cómo sería la tercera guerra mundial, sólo sabía que la cuarta se disputaría con piedras y lanzas.