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Publicado por
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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HACÍA mucho tiempo que no contemplaba una escena semejante. En mi niñez, e incluso en mi juventud, era muy frecuente, en los días de la vendimia, que las gentes de la montaña bajaran a Cacabelos en busca de trabajo. Venía en cuadrillas y, los que no tenían amo ya apalabrado de antemano, se apostaban muy temprano en la Puerta del Sol -hoy plaza del Vendimiador- esperando que llegara algún cachicán que los contratara para aquel día o para toda la vendimia del cosechero. Venían desde Prado y Paradiña, desde La Somoza y Ancares, e incluso de la Terra de Aguiar, como Anteiro, aquel hombre bonachón y algo lelo, con su camisa blanca llena de lamparones de vino y su chaqueta de pana, que tanto hacía reir a los niños. Por las tardes, tras la agotadora jornada, se arracimaban en torno al rancho en una pobre dependencia que les dejaban los amos para dormir en el suelo; y luego salían a la Plaza Mayor a divertirse en corrillos animados. Este sábado recordé aquellas escenas de antaño. Me había levantado temprano para asistir al Congreso de la Minería en Fabero, y al pasar por la Plaza del Vendimiador pude ver, en varios grupos separados entre si, sesenta o setenta personas que, como entonces, esperaban a un propietario que los contratase para la vendimia de aquel día. Por su aspecto pude ver que la mayoría era marroquíes, pero también había negros subsaharianos y un pequeño grupo de gente del Este de Europa, probablemente búlgaros o rumanos. Algunos llegaron estos días atraidos por el trabajo estacional y por las facilidades que el Ayuntamiento les presta al ofrecerles, durante el tiempo de la cosecha, alojamiento en las casas, ahora deshabitadas, de las escuelas; otros se han apostado cerca del río Cúa en varias caravanas formando una especie de campamento. Por las tarde, terminada la jornada, se reunen en la plaza o pasan el tiempo en alguna de las cafeterías del pueblo. Sin embargo, no todos son estacionales ni han venido por la vendimia. Hay muchos que llevan meses en el pueblo y que al parecer están empadronados. La semana pasada un alcalde socialista de una villa semejante en población a Cacabelos, criticaba la alegría, según él irresponsable, de José Manuel Sánchez, alcalde de la villa del Cúa, quien le había comentado que en los pasados meses había empadronado en este municipio a doscientos extranjeros con el objetivo, al parecer, de superar los cinco mil habitantes. Desconozco si se ha empadronado a tanto gente y si ha sido por ese motivo tan fatuo, pero es cierto que hay un número muy considerable de extranjeros, especialmente marroquíes, en Cacabelos. Tampoco sé si trabajan o no, y si lo hacen en qué trabajos, pues el pueblo no cuenta con gran necesidad de mano de obra, excepto en la vendimia o en la recogida de la manzana. Si sé que, a diferencia de ciudades grandes donde los extranjeros son menos visibles, en Cacabelos se los ve mucho, especialmente a determinadas horas de la tarde y de la noche. En Cacabelos no es el trabajo el que atrae a los emigrantes, sino el efecto llamada de un equipo de gobierno socialcomunista muy permisivo, cuyas consecuencias futuras en la convivencia ciudadana están por ver. Todo esto ha sucedido, además, en un tiempo breve, en menos de dos años, lo que a veces es difícil de asimilar por el resto de la población y, por ese motivo, ya se escuchan algunas quejas. Este efecto llamada es el mismo que ha provocado la Ley de Extranjería del PSOE en el resto de España. En menos de diez años hemos pasado de unos pocos miles de inmigrantes ha casi cuatro millones, lo que supone más del ocho por ciento de la población, porcentaje que no alcanza ninguno de los países de nuestro entorno. Este efecto llamada está igualmente en la base del problema suscitado en Ceuta y Melilla por grupos de subsaharianos que asaltan las vallas fronterizas y que, por la irresponsabilidad del gobierno de Zapatero, terminará convirtiéndose no ya en un problema social, sino en un conflicto político e incluso militar con Marruecos.