DESDE LA CORTE
Y a todo esto, ¿quién gobierna?
TERMINAMOS la semana con una penosa sensación: dos únicos argumentos, los sucesos de Ceuta y Melilla y el Estatuto de Cataluña, ocupan en exclusiva la atención de este país. Son grandes temas, históricos, pero han anulado el resto de la vida pública. Los grandes políticos no hablan de otra cosa, los medios informativos son su caja de resonancia, y los demás asuntos se escapan por la gatera. Cómo será la cosa, que Carlos Herrera le preguntó a Mariano Rajoy cómo había votado una ley antitabaco tan radical, y el líder del PP respondió: «No se puede estar en todos los debates». Tal confesión de imposibilidad de estar en todos los charcos revela hasta qué punto están concentrados sólo en esas dos materias. Desde la dulce prisión que ahora disfruta, Luis Roldán puede pensar: «¡qué pena no estar ahora en el gobierno! Con todos mirando para otro lado, es el momento idóneo para forrarse sin que nadie se entere». Por la misma filosofía, la ministra de Medio Ambiente no sufre un calvario de opinión pública, a pesar de los males de la sequía. A la de Agricultura le llegan suavizados los llantos del campo reseco. La gran reforma judicial avanza como de tapadillo. La «compra» de la paz del cupo vasco que acaba de hacer Solbes no irrita al personal conservador. Mariano Rajoy puede encarrilar la sucesión de Fraga sin que le cieguen los focos. E incluso casi nadie se enteró de que, al tiempo que retiran estatuas de Franco, han intentado colocar un busto de Pasionaria en el Congreso. Como pueden ver, el calvario que sufre Zapatero por la inmigración y el Estatut, tiene estas pequeñas compensaciones. Si los negros y Maragall no le dejan dormir, los silencios derivados le permiten una pequeña siesta. Ante ello, permítanme expresar una pequeña esperanza: que la maquinaria administrativa siga funcionando con normalidad, ajena a estos devaneos. Porque, si su comportamiento fuese similar, este país estaría paralizado, poniendo el sismógrafo a cada palabra que dice Carod, a cada matización que hace Maragall, o a cada desliz del presidente. ¿Qué eso no es posible? ¡Vaya si lo es! El propio Maragall ha tenido que soportar multitud de críticas, porque estaba enfrascado en su reforma, y cundía la sensación de desgobierno. Y el otro día, después de los abrazos y plácemes del Parlamento catalán, tuvo a bien confesar que ahora sí, ahora ya se podía dedicar a gobernar. Como diría Rajoy, ya puede estar en todos los debates. Esperemos que a Zapatero y a sus señores ministros no les ocurra lo mismo. Aunque el mero hecho de expresar ese deseo implica suponer que son superhombres o tienen el don de la ubicuidad. Y, por lo visto hasta ahora, tienen muchas virtudes, pero no tanto prodigio.