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FERNANDO ALLER
León

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A LA UGT no le será fácil llenar el hueco que ha dejado Fermín Carnero. Él confesaba sentirse abrumado por la catarata de halagos recibidos en su despedida como secretario regional de la organización, en el acto inaugural del cuarto congreso. Y aunque es verdad que las ausencias y los recuerdos tienden a la exaltación del lado positivo de las personas, no es menos cierto que resulta infrecuente tanta coincidencia, incluso desde la disparidad ideológica, en el reconocimiento. Esta comunidad ha visto pasar políticos y sindicalistas sin que su despedida hayan provocado ni una alabanza. Silencios ha habido elocuentes. No es Castilla y León tierra especialmente proclive a las lisonjas. Fermín Carnero tuvo la habilidad, y la responsabilidad, de modelar un sindicalismo a la medida de los tiempos, primero en León y después en la comunidad autónoma. Desde fuera no se entendió aquel salto. Ahora se reconoce que Fermín Carnero fue uno de los primeros en creer en la configuración autonómica de Castilla y León y que puso todo su empeño en fortalecer una organización geográfica que en muchas otras cosas parece que todavía camina un poco desorientada. Así lo reconoció el jueves el propio presidente de la Junta, quien puso a Carnero como ejemplo en su intención por vertebrar una comunidad nacida de dos territorios, Castilla y León. Desde luego mucho ha cambiado el sindicalismo desde aquella primera etapa, en la transición política, cuando cada mes de septiembre los periodistas recurríamos a un titular que terminó por quedar convertido en tópico: los otoños calientes. Después vendría la victoria del PSOE, ya en 1982, y Fermín Carnero optó claramente por el sindicalismo cuando el «partido hermano» engulló a más de un aguerrido sindicalista con las fauces del poder, del cargo y la prebenda. Fueron momentos duros y a Fermín Carnero, indómito, incluso le costaron su expulsión por un tiempo de la militancia socialista. Ahora los sindicatos se han burocratizado, han accedido a los fondos europeos para organizar cursos, que es una fórmula de financiación no demasiado clara en ocasiones, y han abdicado de aquella pasión reivindicativa. Probablemente lo que ha ocurrido es que los sindicatos han mimetizado el temor de una sociedad que se siente amenazada por la hiperproductividad de otras latitudes, donde el trabajo físico apenas vale nada, y se han instalado igualmente en la falsa placidez de un sistema económico que desvirtúa la igualdad. Ese nuevo sindicalismo, interclasista y de representación social e institucional más que reivindicativo, es el que deja ahora Fermín Carnero, un hombre que ha cubierto una de las etapas sin dudas más eficaces, y responsables, del sindicalismo español. El anuncio del presidente Zapatero de que Repsol construirá una planta para la producción de diesel a partir de la colza y del girasol en Cabreros del Río, ha suscitado que otros proyectos similares que se estaban fraguando en la sombra de los despachos surjan a la luz pública. Tal vez el motivo de esta inesperada irrupción en tropel sea el temor a que no haya producción vegetal suficiente para las cinco plantas que en la actualidad se proyectan. Así que la variedad de iniciativas también supone una multiplicación de ofertas para el agricultor. El secretario regional de Asaja, José Antonio Turrado, se mostraba escéptico por entender que estas factorías del diesel alternativo al que genera actualmente el petróleo, recurrirán a la materia prima de países menos desarrollados. Así ha ocurrido con el carbón, por ejemplo, hasta que los precios de producción en la minería privada española han logrado competir con los precios progresivamente más elevados del carbón internacional. En todo caso, resulta evidente que para el campo leonés se abren unas perspectivas que hace tan sólo quince días eran desconocidas. Mucho tiene que ver en todo este cambio la apuesta de la Unión Europea por favorecer proyectos que mermen nuestra dependencia del petróleo, una energía cada vez más cara, con menos reservas y con dudosas garantías de suministro por la tensión guerrera que generan los países más poderosos. Lo que está ocurriendo responde también a lo anunciado hace tiempo: Se acaban las ayudas a la producción agraria y en su lugar habrá ayudas para la transformación, el valor añadido que genera el campo como productor de materias primas. Se equivocarían, sin embargo, quienes piensen que es la solución al anunciado recorte de la remolacha. Matías Llorente explicaba en este periódico que la remolacha duplica la rentabilidad que se espera de la colza. La lucha, por lo tanto, ha de continuar, porque la colza podrá sustituir a una parte de la siembra de maíz o de cereales, pero ni es posible el monocultivo de plantas energéticas ni tampoco resulta recomendable esta situación para las explotaciones agrarias. Las negociaciones del nuevo Plan del Carbón contribuyen también a aumentar la impresión de que la base del sistema productivo de esta provincia continúa en revisión. El lunes será un día importante. De momento, el Gobierno parece haber conseguido algo sumamente negativo: la división de las dos organizaciones sindicales. Comisiones Obreras se levantó de la última reunión negociadora hablando de huelga, mientras que UGT ve con cierto optimismo las últimas propuestas del Gobierno. Incluso se llegó a decir que la posición de Comisiones Obreras respondía a la estrategia de favorecer la moción de censura en el Ayuntamiento de Villablino. No parece muy razonable, desde luego, que esto pueda ser así y que el resto de la organización, con un potencial nada desdeñable en Asturias, juegue a regates tan cortos. Se podría argumentar desde el campo contrario que UGT no está por la labor de propiciar la primera huelga contra Zapatero por evidentes razones de parentesco político. En todo caso, sería conveniente advertir que lo que está en juego es la supervivencia de un sector, ya menguado, que representa no sólo el soporte de empleos y comarcas enteras, sino también la única garantía de que España disponga de recursos energéticos propios. El Plan del carbón se sostiene sobre un trípode: las condiciones futuras de quienes abandonan el sector antes de tiempo, la creación de las condiciones para promover a corto y medio plazo industrias alternativas donde todavía sólo existe carbón y, en tercer lugar, la producción a la que España no puede renunciar como reserva estratégica. Es conveniente recordar estas cosas porque a veces, por lo que uno escucha, da la impresión de que alguien se inclina más por hacer realidad esa frase tan de moda: coge el dinero y corre. Y no es eso. No puede ser eso.

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