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BONIFACIO DÍFERNAN
León

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OTRA MODA POLÍTICA en el galimatías internacional. Gracias a Dios producida en nuestra pasarela. No la presentemos con demasiado orgullo ni pedantería, pero sí honestos. Aclaremos conceptos para no caminar sobre globos hinchados en el vacío presuntuoso de talantes temperamentales, sin ideas claras u obsesiones egoístas. Alianza es «la acción por la que pactan, convienen y se ligan dos o más pueblos para un mismo fin». Si el fin es bueno, la alianza es siempre deseable. Y el fin será bueno, siempre y cuando no beneficie a unos y perjudique a otros. La alianza de civilizaciones puede ser una vía para evitar guerras y proporcionar a los pueblos un mayor bienestar mutuo. Fin plausible, loable y ponderable. Tendrá éxito siempre y cuando las partes declinen sus propios egoísmos, más aún, sus complejos. Su complemento, la Civilización. Es definida, con la máxima precisión y sencillez por la Real Academia como, «estadio cultural propio de las sociedades humanas más avanzada por el nivel de sus ciencias, artes, ideas y costumbres ». Luego, en lógica racional, no podremos dar un paso adelante sin concretar objetivamente la propia civilización, la que España puede y debe presentar como miembro para una futura alianza. Pero las propuestas exigen realidades, no fantasías, ni pancartas repudiado todo egoísmo, y como dice la definición con un «estadio cultural propio y peculiar». El señor Zapatero, con su sonrisa, un tanto zaina y de soslayo, presenta e insiste una propuesta de civilizaciones. La idea y el fin deseados son considerables, y hasta me atrevería a denominar colosales. Pero se me antoja perdirle, que precise y no tergiverse ni altere nuestra civilización. Más aún, la positiva, no la negativa, pues en su política nacional observamos reacciones demoledoras en función de la civilización de cuajo hispánico. Con base en el espíritu de nuestra verdadera historia y realidad presente. Mengüe sus pujos políticos, con visos belicosos contra los fundamentos reales de la civilización española, digamos también occidental, contra la cultura y vida cristianas. Soy comprensivo con todas las ideas y doctrinas, no acomplejado. Pero nadie puede negar que la cultura española es fundamentalmente cristiana y propia, tanto en la España histórica como en la actual. Superemos, de una vez para siempre, los caracteres negativos del pasado, tanto en pro como en contra. Tanto la Inquisición, como el fusilamiento y destrucción del monumento al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Tengamos el valor suficiente y la humildad necesaria para reconocer los errores, con un «más eres tú», propio de guajes boquiabiertos. Tomemos buena nota cara al futuro, que es lo único que tenemos en nuestras manos para poder avanzar y no caminar para atrás semejándonos a ciertos artrópodos crustáceos apellidados cangrejos. Cada civilización tiene su propia historia, con probada estabilidad, basada en ideologías, proyectada a través del arte, la ciencia, la religión, las costumbres, modelando la propia naturaleza ciudadana. Tiene en sus entrañas una vida característica con una canción especial que entonar en cada momento. Pero en este momento parece no queremos ser sinceros con nosotros mismos. Tal vez tenemos miedo a reconocer nuestra propia civilización madre. Lo mismo que ha hecho la Comunidad Europea, al promover una Constitución Comunitaria, negando tozudamente ser cristiana nuestra civilización, que es lo mismo que negar la existencia del sol porque nos calienta. Negar es destruir, y en la destrucción no se pueden cimentar alianzas de futuribles. En nuestra nación, España, se ofrece acogida a los emigrantes. Lo alabo. Pero mucho me llama la atención que las autoridades españolas sólo hablan a los emigrantes de derechos, nunca, pero nunca, de obligaciones. El Presidente ofrece, a nivel Estado, alianzas a los Estados musulmanes marcadamente fanáticos, con extremismos religiosos y absolutistas, ofrece pactos a los independentistas pseudo nacionales y diálogo a los terroristas, mientras se niega a acordar una ley de enseñanza cristiana con la oposición nacional que no podemos, ni debemos ignorar pues representa a media España. Partamos de una realidad y un axioma, no habrá armonía mientras todos intentemos imponer nuestra nota excluyente. Parece no queremos entender que ser cristiano, como el ser ateo, es un derecho humano. Muchas naciones, incluido el comunismo soviético, persiguieron la religión, pero por el solo hecho de ser confesionales no dieron muerte a sus ciudadanos. Sólo en una España acomplejada se niega a la religión su carácter humano y científico, mientras se reconoce esta naturaleza a la asignatura de arte, de música, de folclore, arte dramático, mitología, astronomía y otras de naturaleza idéntica. En fin, señor presidente, no de palos al agua mansa, ni siquiera con políticas de talante, pues eso sólo tiene sentido y efecto positivo en la pesca de las pirañas. Toda la historia está plagada de intentos, más que para aproximar, unir y compartir con otros pueblos, fue para engullir, zampar o deglutir otras naciones. En tiempos pasados todos esos intentos fueron basados en egoísmos personales o nacionales. Todos por la fuerza. Así se constituyeron los grandes imperios y las afamadas alianzas y tratados de paz. Unos y otras trajeron guerras, ninguno una paz justa y verdadera. No comprendieron que es más fácil matar que persuadir, vencer que convencer. Por esto hoy son recordados con pesar y aflicción por la totalidad de las sociedades actuales. Solamente algunas alianzas, realizadas bajo el peso de la razón y la justicia, con renuncias mutuas y sinceridad comprensiva, llegaron o llegarán a conseguir resultados positivos y estables. Las grandes alianzas no deben basarse en guerras, dejando como santo y seña las de la defensa legítima sino en un acercamiento muy humano de los espíritus, y en la variedad y complementariedad de los valores espirituales. La variedad y diferencias son una riqueza para la humanidad. Así lo han reconocido los grandes hombres modernos, promotores de la convivencia humana pacífica. Ellos procedieron con naturalidad, que es la más difícil de las poses. Merecen este honor como padres del ecumenismo para la unidad cristiana, y la alianza ecuménica , universal que pretenden extenderse a todo el orbe. Recordemos en primer lugar a Mahatma Gandhi, que escribió: «tu enemigo se rendirá no cuando su fuerza se haya agotado, sino cuando tu corazón haya rechazado el combate». Tampoco podemos olvidar al gigante humano, Juan Pablo II, que invitaba a los jóvenes que le escuchaban por millones, a no tener miedo a Dios y a amar a los hombres. No minusvaloraba a los descarriados, a los extraños o negadores, les animaba igualmente a buscar la paz, no teniendo miedo. Una pareja inteligente, sensata, resuelta y sacrificada, Conrad Adenauer y Robert Schuman crearon la Comunidad Europea y lograron poner en marcha ese gran ideal, en función de la paz y prosperidad en el continente, y que hoy los egoísmos nacionalistas la están poniendo en peligro. También las Naciones Unidas , bastión mundial para la paz, la están convirtiendo hoy en una burocracia agobiante, fofa, politiquera, zafia, egoísta, estéril e inútil, refugio de vividores, y en un monstruo dormido. Señor presidente, cuide mucho sus palabras. Considere que su amigo tiene un amigo, y el amigo tiene otro amigo. La palabra es la mitad de quien la pronuncia, y la otra mitad de quien la escucha. Y para no equivocarse piense, antes de hablar, nunca para herir. Considere a los interlocutores, y sepa que el que pone buena voluntad, jamás puede buscar solapadamente su proveche. Conseguir la admiración general es mucho. Ganar su afecto es mucho más. Pero merecer un recuerdo limpio y honroso en la historia es lo más. Podemos mirar las estrellas, pero no olvidemos comenzar encendiendo el fugo en el propio hogar. Y, si no lo logra en el propio hogar, España, el coco y los cucos le descalificarán. Finalmente, tenga muy en cuenta, señor presidente, que toda persona investida de mando puede delegar la autoridad, pero nunca, jamás, la responsabilidad.

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