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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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LOS SEÑORES del Nobel nos han vuelto a dar otra sorpresa, esta vez agradable, y le han concedido el premio al silencio, que es el gran hallazgo del teatro contemporáneo. El británico Harold Pinter, junto a dramaturgos como Samuel Beckett, o Kantor o, en nuestro país, compañías como La Zaranda, plantean en escena un teatro que descubre el silencio y lo explota como grito tan penetrante que el público más acomodaticio, aún m ayoritario actualmente, no lo puede soportar. Son autores que han conseguido acercar nuestro tiempo al escenario, que es la obligación atávica del teatro: el lugar donde nos encontramos con nosotros mismos. El sentido profundo sentido metafísico de estos creadores, el estado de desesperación de sus personajes frente a la existencia, la incomunicación, la ausencia de sentido de la vida, son aspectos difícilmente encajables en el tono tontorrón de nuevo rico que caracterizan estos tiempos y su arte, perdido en vericuetos seudo-industriales, en abstractos experimentos vacíos e inocuos o en propuestas convencionales dignas de la burguesía del XIX. Por eso un autor como Pinter, que hace poco más de treinta años, en pleno tardo-franquismo, era montado por los productores comerciales y exhibido con normalidad con repartos de primera en la cartelera madrileña, está hoy exiliado en las salas alternativas. O intentar colar la crudeza de un Beckett, algo que en Europa es tan normal como montar a Shakespeare, es garantía de fracaso en cualquier programación. Por eso la decisión de la Academia sueca, tan errada a veces en lo tocante a la literatura dramática (recuerden a Echegaray o a Benavente), es una buena noticia para el teatro.