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Publicado por
CARLOS CARNICERO
León

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DESDE que la noche del 15 de febrero de 1.898, Estados Unidos decidió la voladura del acorazado Maine, en la bahía de La Habana, como pretexto para declarar la guerra a España y expulsarnos de Cuba, la isla mayor de las Antillas ha sido una pieza fundamental del conglomerado de intereses norteamericano en la zona. Desde entonces, las pretensiones anexionistas norteamericanas -y de una parte de la oligarquía cubana- han sido recurrentes; los sucesivos gobiernos de Estados Unidos, desde el triunfo de la revolución cubana en 1.959, han tratado de dirigir los asuntos internos cubanos como si fuera un Estado más de la Unión. Las pretensiones norteamericanas sobre Cuba descansan ahora en una élite de exiliados cubanos, nacionalizados norteamericanos, con inmensos intereses económicos y que además han tenido la inteligencia de convertir el anticastrismo en una industria rentable de sus propios intereses. Estados Unidos ha intentado acabar con el régimen cubano por todos los medios ilícitos conocidos, desde el terrorismo, el intento reiterado de asesinato de Fidel Castro, la invasión mercenaria de Playa Girón, conocida en Estados Unidos como Bahía Cochinos, y el embargo comercial y económico. Es bien evidente que el efecto deseado -el derrocamiento de Castro- se ha transmutado en su enrocamiento y en la justificación del cierre sistemático de su sistema político, que ha alegado necesidades de seguridad nacional para mantener un control político sobre su población y evitar cualquier progresión hacia parámetros homologables con nuestros valores de concepción del Estado de Derecho. Ahora, los norteamericanos han manifestado su disgusto porque la Cumbre Iberoamericana de Salamanca ha pedido a Estados Unidos dos cosas que son absolutamente razonables: el final del bloqueo comercial y económico contra Cuba y la extradición del connotado terrorista y agente de la CIA, Luis Posada Carriles, autor, entre otros muchos actos de terrorismo, de haber puesto un bomba en un avión de Cubana de Aviación en el que murieron, en 1.976, casi un centenar de civiles inocentes. En el nuevo escenario iberoamericano, cada vez es más evidente la libertad del pueblo cubano para decidir su futuro se tiene que resolver en ese contexto y en el horizonte se vislumbran posibilidades de un blindaje político contra las pretensiones injerencias norteamericanas. Es normal que Bush se muestre contrariado porque no está acostumbrado a que los países Iberoamericanos tengan el valor de manifestar su independencia frente a los intereses norteamericanos manifestados tradicionalmente mediante la fuerza. Es solo un síntoma de que España e Iberoamericana tienen dignidad para mantener su soberanía y fuerza para manifestarla con firmeza y con respeto.

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