Diario de León
León

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ZAPATERO dice que tiene ocho formas de denominar a Cataluña que tendrían cabida en la  Constitución. Le creo, aunque sean muchas.  Pero cuidado con los eufemismos,  que los carga el diablo. Se  puede llamar de muy variadas formas a una patada en  los testículos: en los mismísimos, en los bajos,  en los cataplines, pues el  vocabulario ovíparo es muy rico... pero seguirá siendo una patada en la zona que es, y de dolor ni te cuento. Pues eso, el Estatut es el Estatut. Y no vale la astucia de Groucho para ser deliberadamente confuso: «la parte contratante de la primera parte será conocida en este contrato como la parte contratante de la primera parte». Zapatero tiene que resolver un grave problema  impuesto por unos socios que no se sienten españoles, salvo cuando conviene.   Ya en las memorias de Azaña se leen  quejas contra un catalanismo que mientras se estaba  combatiendo en los frentes preguntaba en los despachos: ¿don Manuel, qué hay de lo nuestro? Nadie quiere una España centralistona e inamovible en su administración,  pero mucho menos un puzzle al que se le resten  piezas, quitándole así  sentido al todo. La política es el arte de captar por dónde soplan los vientos del pueblo, y aquí están mayoritariamente claros, a derecha e izquierda: España es la única nación. Ojalá Zapatero esté a la altura de su alta responsabilidad de  Gobierno, más allá del mero encaje de bolillos.   Porque, en definitiva, el pueblo sabe que una patada en los mismísimos es, se mire como se mire, una patada justo ahí , aunque haya  ocho u ocho mil maneras de expresarlo.

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