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FERNANDO ONEGA
León

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AYER hubo sesión de control al gobierno en el Congreso y en el Senado. Fue, por tanto, un día de mortificación para el señor Rodríguez Zapatero, porque en estas sesiones lo que menos se hace es preguntar. Lo que se hace -particularmente cuando toma la palabra alguien del PP- es coger el mazo y golpear al presidente. Cada vez con más fuerza. Cada vez con más insolencia. Cada menos con menos respeto al jefe del ejecutivo. Ya se le llama de todo, aunque la palabra preferida por los populares es «irresponsable». Los miércoles de Zapatero empiezan a ser, por tanto, miércoles de pasión. Por la mañana, en el Senado. Por la tarde, en el Congreso. Curiosamente, el presidente no parece conmoverse. No se altera. Si por dentro se está acordando de toda la familia del interpelante, es cosa suya. Pero, o tiene la frialdad de un témpano, o ha aprendido a controlarse: ni un mal gesto, ni una mala palabra, ni un insulto a la recíproca. Si se puede y se debe criticar su gestión del proceso de reformas, no se le puede decir nada de su modo de colocarse bajo el chaparrón. No dice gran cosa. No levanta una pasión ni por error. La comunicación de su proyecto sigue siendo manifiestamente mejorable. Es dificilísimo encontrar un titular que refleje su pensamiento. Algún perverso colega menos respetuoso que yo diría que duerme a las ovejas. Pero no levanta la voz. Es de agradecer en estos tiempos de confrontación. Sin embargo, los senadores de su partido le aplaudieron ayer con entusiasmo. Incluso se pusieron de pie para subrayar con palmas y gestos de entusiasmo el calor de la coincidencia con esas palabras que no daban un titular. Me quedé pensando qué vitoreaban con tanta entrega, y no conseguí descifrarlo. Llegué a una conclusión: los senadores se levantan a aplaudir para arroparle. Desde los escaños del PP se había oído un sonoro «¡cállate ya!», y la ovación de pie, que es la máxima categoría parlamentaria de la aprobación, es la vitamina que le dan al presidente. A los espectadores siempre nos queda la duda: no me pareció tan bien, pero los suyos están entusiasmados. A este cronista, tal como está el ambiente, le pareció una cortina: la cortina del aplauso. Tal demostración de respaldo no se corresponde con lo que dicen los mismos parlamentarios en privado y en los pasillos de las Cámaras. No se corresponde con lo que dicen públicamente personajes tan notables como Paco Vázquez. No se corresponde siquiera con lo que Alfonso Guerra decía casi al mismo tiempo ante las cámaras de televisión. Y lo más inquietante sería otra cosa: que el presidente terminase por creer que esas ovaciones son las ovaciones de la calle. O que son más auténticas que los abucheos del Día del Pilar.

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