EL RINCÓN
El adelanto
LA LEY de Igualdad, todavía pendiente de aprobar en la Cámara Baja, tiene la alta aspiración de impedir que la mujer sea discriminada en el orden de sucesión de títulos nobiliarios. Todos los hombres somos iguales, aunque ya decía el escritor Georges Orwell que hay algunos más iguales que otros, pero las mujeres siguen sin ser iguales que los varones. No hay ninguna, por ejemplo, que haya sido Padre de la Iglesia. Teresa de Jesús o Teresa de Calcuta se murieron sin poder decir misa, y no cabe duda de que que la hubieran dicho muy bien. Hasta hace muy poco las mujeres tampoco podían entrar en la Real Academia Española de La Lengua. Ni siquiera en calidad de espectadoras. No estaba previsto el «servicio» de señoras. Ahora, por fortuna y sobre todo por el esfuerzo en la larga batalla por la igualdad, hay mujeres que pueden ser guardias civiles o jueces o desempeñar cualquier otra profesión. No sé si hay pescadoras o mineras, pero sí sé que las habrá. No sin grandes discusiones, el Congreso de los Diputados ha aprobado considerar la proposición de ley que pretende acabar con la desconsiderada costumbre de cerrarles algunas puertas, al mismo tiempo que se les cedía el paso en otras. ¿Por qué no van a poder heredar títulos nobiliarios? Conste que no creo demasiado en estas cosas. A mí me parece que Grande de España fue, por ejemplo, el poeta alicantino Miguel Hernández, pastor de cabras, que nos trajo «un ruiseñor manchado de naranjas y un hilo de incorruptible canto». No es lógico saltarse primogénitas y esperar el turno de los varones. ¿Por qué se puede heredar una finca y no un trono o un título nobiliario? No me parece que lleve razón el portavoz de Esquerra Republicana de Cataluña, cuando dice que son «reliquias históricas sin valor». Son reliquias, pero tienen el valor de la ejemplaridad. Lo que pasa es que hay alguna gente a la que la nobleza no le obliga a nada.