TRIBUNA
Como moros sin señor
Vivimos en la trifulca y vamos a peor. La nación española está revuelta porque ya no es particular. Ahora, cualquiera entra como perro por su casa y se queda. Si protesta algún miembro de esta comunidad tan mal avenida que es España, entonces se le dice eso de racista, xenófobo, fascista y todo lo demás. Así andan las cosas por esta triste y cobarde ruina intelectual y política que es España, donde los más necios y los mayores majaderos marcan la pauta y llevan la voz cantante. Quien les lleve la contraria apañado va, pues, aunque sólo exponga realidades objetivas e irrefutables, corre el riesgo de ser condenado y crucificado por islamofobia. ¿Por qué no se puede llamar moro a quien lo es? La palabra moro procede del latín mauros , y designa, con toda claridad y propiedad, al natural de la parte de África Septentrional donde estaba la provincia romana de la Mauritania. Moro es también quien esclaviza a su mujer y, por supuesto, el que practica la poligamia. Todas las connotaciones peyorativas que tiene el término moro, forman parte sustancial del acervo colectivo español, del conjunto de bienes, culturales y políticos, acumulados por tradición y herencia a lo largo de los siglos. Insistiré en lo de la poligamia porque todos deberían saber que forma parte esencial de la identidad musulmana. Tener un rebaño de mujeres es para ellos la gran aspiración, el sueño dorado de su cultura. Así las cosas, no entiendo el poco tacto que muestra la Iglesia Católica cuando a través del portavoz de la Conferencia Episcopal, don José Antonio Martínez Camino, dice: «Nos merecen más respeto, consideración y afecto, los creyentes islamistas que los agnósticos y ateos». Yo, no puedo estar más en desacuerdo. Para mis nietas prefiero, sin ninguna duda, a agnósticos y ateos antes que a mahometanos, por moderados que se muestren ¿Acaso no es cierto que toda la creencia y práctica social y política de los musulmanes-islamistas se basa en un libro en el que se mezclan algunos buenos documentos de moral, tomados del judaísmo y del cristianismo, con los mayores absurdos y peligrosos delirios que ha abortado la imaginación más desarreglada? Pretender ocultarlo, disimularlo o disfrazarlo es una cobardía, y, al tiempo, una gran irresponsabilidad. Creer en un Dios así, vengativo y castigador, que margina y condena a la mujer, lo mismo en la tierra que en el cielo, ¿no es mucho peor que no creer? El cristianismo, y también el judaísmo, a pesar de todo, han permitido la emancipación de la mujer, han impregnado de humanismo regenerador y democrático a la cultura occidental, la única civilización que existe, porque, todo lo demás es, simple y llanamente, fanatismo arcaico del Antiguo Testamento, la barbarie. Expreso pues aquí la más enérgica condena y repulsa a todos esos predicadores que utilizan los medios de comunicación para hacer apología del disparate, intentando hacer pasar su necedad por virtud, queriendo convencer que: «a más moros más ganancias», sin importarles nada que, a medio plazo, acabemos los españoles «como moros sin señor», a pedradas. ¿Por qué hay en España tanto zotepe? No es cuestión de racismo, ni de xenofobia. Es simplemente cuestión de conocimiento histórico y buen juicio. Nosotros, para el Islam, ni siquiera merecemos el calificativo piadoso de «infieles». Somos mucho peor. Somos renegados, los más perversos. Nuestra apostasía nos hace despreciables, enemigos, enemigos a los que hay que eliminar, pues, tienen por gran falta toda mudanza de religión, aun para abrazar la suya propia, o sea, que vamos apañados, ni siquiera les apaciguaríamos intentando nuestra conversión, hinchándoles de dinero, renunciando al tintorro berciano, al botillo, y al jamón. Muley (mi señor) Ismael (Fez 1646-1727) mató a sus esclavos negros delante del labrador que le había denunciado el robo de un par de bueyes, y luego lo mató a él también para castigarle por la pérdida de tanto negro que le había causado. Abdalla, príncipe justiciero, se había propuesto castigar a un sirviente negro. Lo persiguió, y lo halló disfrazado de santón en una mezquita. Se arrodilló Abdalla ante él y le besó muy respetuosamente el hábito que le cubría y, acto seguido, lo desnudó, le clavó la daga en el pecho y pidió una copa para beber su sangre. Un ministro que le acompañaba le hizo ver que esta acción era muy inferior a su altísima dignidad, y suplicó le dejara beber a él, a morro, aquella sangre que no deshonraría a un vasallo, y bien podría servir además para alimentar a los perros. Hoy, en muchos países árabes-musulmanes-islamistas-mahometanos, no están más civilizados. Han crecido enormemente en recursos económicos procedentes del maná-petróleo, pero su mentalidad sigue anclada en el pavoroso pasado, en el odio, en la venganza y en el más triste y cruel fanatismo. Si se conociera bien lo que es el Islam no se le toleraría tanto. Basta pues de engaños y de paños calientes. Es culpable el ladrón que entra en casa ajena y la desvalija, pero no está exento de culpa el dueño, descuidado y tarambana, que se deja la puerta abierta o no pone suficientes y razonables elementos de seguridad. No debemos ni podemos olvidar jamás el 11-M. Tampoco hacer la vista gorda con el intento permanente de invadirnos a través de Ceuta, Melilla y Canarias. Todos esos pobres inmigrantes proceden de Senegal, Guinea Bissau, Gambia, Níger, Costa de Marfil, Burkina Faso, Malí, Sierra Leona, Togo, Benin, Camerún, Ghana, Gabón, que fueron en su día colonias de Francia e Inglaterra, (ninguna española). Entre ellos solamente hay un 5% de cristianos, el 45% son animistas, y el 50% musulmanes ¿Por qué no les ayuda Naciones Unidas y, sobre todo, sus hermanos mahometanos del Golfo Pérsico que nadan en el despilfarro? Cuique suum.