El imperio austro-húngaro y suslecciones

S E HAN escrito centenares de libros sobre el origen, acontecimientos y desenlace de la Gran Guerra Mundial (1914-1918) pero los análisis resultan mucho más escasos cuando se trata de la disolución del Imperio Austro-Húngaro. Un imperio edulcorado por la repipia Sissi y la todavía desconocida «tragedia de Mayerling». Es un hecho cierto que en el país decidido a terminar con «todas las guerras», la atención principal se concentró sobre Alemania; sobre los medios necesarios para limarle las garras; no fue otra la preocupación del primer economista de aquellos tiempos: «Las consecuencias económicas de la paz» revelaron los inconvenientes que supone dejar en manos de los políticos lo que requiere otras especializaciones. Me ha sorprendido siempre la casi nula repercusión que se ha registrado en España ante fenómenos como la disolución del Imperio Austro-Húngaro. No en vano, creo que debería haberse recogido el dictamen de Neull: «El Imperio Austro-Húngaro en una cárcel de naciones». No todo se concentraba en el poderío de Viena y la sumisión de Budapest; giraban en torno a Checoslovaquia, Servia, Macedonia, Rumanía... una verdadera cárcel de naciones gobernadas, es un decir, por un emperador en constante declive. A la vista de lo sucedido con el P.I.B. de cada una de las provincias que giran alrededor de Valladolid; teniendo en cuenta lo que supone cercenar un polo natural de desarrollo, susceptible de alimentar zonas como el Bierzo y el núcleo de Ponferrada, frente al movimiento mecánico de Millet desparramando las semillas de trigo, surge la idea de la demarcación napoleónica que mantiene aherrojadas unas provincias en beneficio de la metropoli y de la Junta célebre. Desde el ángulo de las economías más solventes tendríamos que decir que el imperio se ha sustituido por la mayor aglomeración de Europa Occidental, o sea por este amasijo denominado Castilla y León a la que, hoy por hoy, están aherrojadas como las viejas provincias del Imperio Austro-Húngaro.