Diario de León
Publicado por
PANCHO PURROY
León

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OLOR A PÓLVORA y ruido de disparos sobresaltan un terrazgo que inicia el verdeo tras los primeros aguaceros. El vuelo vibrante de las perdices rojas busca el perdedero, atentas al despliegue de cazadores y perros por los tesos. La gallinácea, bravía y lista, opta por guarecerse en lo más cerrado del sardón o los maíces pero, en el secano mesetario, apeona por zonas abiertas poniendo distancia de la escopeta. La sequía ibérica, por otros pagos, ha hecho estragos en las poblaciones de patirrojas, con una cría pésima que casi no ha añadido jóvenes al gremio de pájaros adultos. León, más fresco y húmedo, ha salvado la temporada y bandos nutridos, de hasta tres pollos por rubia adulta, pueblan los cotos. Tampoco es tiempo de desmesura y tirascazos incontinentes: todo terreno bien gestionado, en año de buena reproducción, obliga a sus socios a dejar en el campo una perdiz de cada dos presentes antes de abrirse la veda. Hay buena lista de consejos para ayudar a esta especie cinegética tan preciada que requiere capturas muy moderadas. Establecer reservas de suficiente superficie, garantes de refugio y alimento, es una recomendación vital. Conocer las claves del hábitat también, lo que significa, en montaña, evitar la cerrazón del matorral de erizones y, en el piedemonte, lograr que el espinoso aulagar se halle salpicado por claros de pasto y cereal. En el labrantío, la viña y los mosaicos de pequeñas parcelas con linderos y adiles, son la madre del perdicerío. Los entendidos que apuestan por descuidar el campo y soltar ejemplares de granja para el pimpampún, gastan dinero a lo tonto. El seguimiento de estos dóciles volátiles de criadero informa que rara vez sobreviven más de tres meses. Nuestra perdiz roja, paradigma del salvajismo de los campos españoles, necesita respeto a su capital genético y a esos ambientes agrícolas demasiado depauperados por la intensificación productiva. El aporte económico de los cazadores ayuda a la renta agraria.

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