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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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LA GRAN COMPLEJIDAD del alma humana, sumada a la estridencia mediática de ese gran deporte que es el fútbol, lleva a convertir en estrellas por un día a personajes tan dudosos como el difunto Gil y Gil o ahora al más aseado y simpático Joan Laporta, un abogado encumbrado hasta la presidencia del Barcelona, ese Barca que según la mitología catalanista sigue siendo más que un club -un puticlub, dicen los peor pensados-. El caso es que, moviéndose a sus anchas en las procelosas aguas de lo nacionalista, suele tirar de los hilos del victimismo, imaginando por ejemplo la epopeya de resistencia contra el franquismo que mantuvieron sus antecesores en el cargo. Así lo explicó en la presentación de un libro que trata de las tensas relaciones entre el equipo y el régimen del general Franco. Una autopsia sentimental que ha inspirado a Laporta, embebido de una especie de filosofía de garrafón, en su tesis de que el Barcelona contribuyó decisivamente a debilitar el férreo sistema político del dictador. O a suponer que los directivos del pasado fueron auténticos héroes, enfrentados con gallardía a la hostilidad institucional de los sucesivos gobiernos impuestos por el militar gallego. Hasta aquí una cuestión de puntos de vista, pero el problema es que a Laporta le han pillao con el carrito del helao. Porque ahora resulta, según se ha probado mediante acta notarial, que Alejandro Echevarría, directivo en su junta y cuñado por vía familiar, es patrono de la Fundación Francisco Franco, entidad que pretende mantener en los altares del culto al fenecido dictador. ¡Ay, Señor! La realidad nunca deja de recordarnos cuál es nuestro sitio.

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