DESDE LA CORTE
El inocente y el desconfiado
SI USTEDES me preguntan si habrá Estatuto de Cataluña después de lo escuchado en el Congreso, les respondo que no lo sé. Creí que habría Estatuto después de escuchar a Zapatero y su convicción -supongo que sincera- de que la reforma «robustecerá nuestra convivencia». Empecé a pensar que no sobre las 7 de la tarde, al oirle a Joan Puigcercós que quieren la Agencia Tributaria y la recaudación de todos los impuestos. Lo único que se puede decir es que queda mucho trabajo. Meses enteros de discusiones, diálogos, intentos y fracasos de pactos, consultas a los partidos. Nos vamos a aburrir. Lo importante del pleno de ayer no es la votación: estaba anunciada. Lo importante es que ha dejado ver, con cierto dramatismo, dos formas de entender el problema territorial de España: el modo optimista y confiado que representa Zapatero, y el modo lleno de desconfianzas de Mariano Rajoy. El presidente ha sido una vez más el «buenismo»; el líder de la oposición, la exigencia. Uno tiene una lectura posibilista y laxa de la Constitución; el otro, un sentido rígido que le conduce al rechazo de todo lo que no sea procedimiento claro, con definición exacta de medios y objetivos. Uno se ve ante un avance histórico. El otro, sencillamente, ante un fraude. ¿Y saben por qué? Porque Rajoy desconfía tanto de los nacionalistas como del presidente del Gobierno. De los nacionalistas, por razones obvias: su objetivo final, aunque utópico, es la independencia. De ellos se debe esperar, por tanto, todo tipo de estrategias, preparativos y argucias legales para preparar ese camino. De Zapatero, porque Rajoy piensa y dice que tiene ensoñaciones de pasar a la historia por haber cambiado el sistema político español. En esas convicciones, además de la letra del Estatut, se basa su oposición dura, razonada, contundente y a veces fiera, aunque su sorna provoque sonrisas, al proyecto que llegó del Parlamento catalán. Este cronista hace una confesión: le gusta la España idílica que dibuja Zapatero; esa España de la libertad, la igualdad y la solidaridad, paraíso de culturas que conviven e idiomas que enriquecen. ¿Cómo no le va a gustar? Pero, al mismo tiempo, le inquieta lo que teme Rajoy: que un estatuto así sea de verdad la constitución de una nación autárquica que se llama Cataluña. Dicho en otras palabras: doy mi voto a la ensoñación de Zapatero, pero pongo mucha razón en asumir los temores de Rajoy. Comprendo, desde esta disposición mental, que la sociedad española, que no siente en absoluto la necesidad de las reformas, se quede con Rajoy. Quizá no entienda bien la distinción entre «poder original» y «poder delegado» que hizo ayer. Pero entiende muy bien el miedo a que se rompa la unidad.