SIETE DÍAS
De Rodiezmo a las barricadas
EL PRESIDENTE del Gobierno guarda silencio. El viernes los mineros llegaron en su protesta a la capital. Se concentraron frente a la Subdelegación del Gobierno, a escasos metros de la casa donde vivió su juventud José Luis Rodríguez Zapatero, para recordarle que prometió hace dos meses en Rodiezmo «un buen plan del carbón» y que el plazo otorgado a sí mismo ha sido incumplido. Seguro que el presidente ha seguido al minuto desde la Moncloa el desarrollo de los acontecimientos en León, los cortes de las carreteras y la radicalización progresiva de los mensajes sindicales. Zapatero es rehén una vez más de los compromisos que adquiere públicamente con demasiada alegría o con cierta inconsciencia. Desde luego, no cabe la ingenuidad. La simplificación mitinera de los mensajes, donde no encajan los matices o las disgresiones verbales, acaba pasando factura. Le ocurrió a Aznar con la Escuela de Pilotos y es deseable que la historia no se repita con protagonistas diferentes. En la fiesta minera del 4 de septiembre, el presidente del Gobierno prometió un buen plan, pero no explicó en qué consistiría tal bonanza ni quiso saber los términos de las aspiraciones en las que cifrarían tal bondad los mineros. Con seguridad, tampoco se imaginó el presidente entonces que una serie de conflctos laborales acabarían encadenados en el tiempo y que decir que sí a todos, además de resultar presupuestariamente imposible, impulsaría la espiral de las reivindicaciones sociales hasta límites insospechados e inasumibles. Se añade un problema de estrategia: El Gobierno ha dejado ir demasiado lejos la protesta. Tal vez nunca creyeron los negociadores gubernamentales que UGT y CCOO pudieran recomponer la unidad sindical después de los enfrentamientos iniciales. Cualquier pacto ahora será entendido como una rendición. Combustible añadido para que la protesta social continúe extendiéndose por otros sectores. Las continuas subidas del precio del petróleo han provocado las reivindicaciones de los sectores más directamente implicados, como el transporte, la pesca, ahora también la agricultura y pronto otros colectivos que sufren también en sus bolsillos el efecto indirecto de esta escalada. Cabe subrayar, además, otro elemento negativo: en esta ocasión los sindicatos mineros no han buscado la complicidad del resto de la sociedad. Por el contrario, han permitido que desde los medios de comunicación de Madrid la disputa quede reducida a la exigencia egoísta de alcanzar la jubilación a los 42 años en lugar de los 45 actuales, con 20 de trabajo en la mina. Una exageración para quien desconoce el trabajo minero y por el contrario percibe con total nitidez cómo Hacienda le reduce el salario de forma draconiana. Los mineros no han sabido explicar en esta ocasión que las cuencas mineras se juegan su propia supervivencia. O lo que queda de ellas, que ya es bastante poco. No han trasladado a la opinión pública la necesidad de propiciar el empleo alternativo para que los hijos de los mineros que ahora se quedan en casa subvencionados, puedan seguir viviendo en la tierra de sus padres. No han recordado que la energía que aquí se produce sirve fundamentalmente para alimentar a las industrias del resto de España. No han explicado las razones del despilfarro de miles de millones en la ejecución de proyectos que no han creado empleo. Tampoco han sabido transmitir que la Administración se niega a corregir el pasado y que igualmente elude comprometerse en el seguimiento futuro de las ayudas, de forma que su aplicación se traduzca realmente en la creación de puestos de trabajo alternativos... Tampoco han sabido, seguramente no han querido, explicar los sindicatos que hay dos realidades muy diferentes: la minería de León está saneada, es rentable y permite ya competir con los precios del mercado internacional. En Asturias las cosas son bastante diferentes. Siempre ha sido así. En el año 1990 tampoco el PSOE se atrevió entonces a iniciar la reconversión del carbón por Asturias y una vez más León sirvió de campo de pruebas, de chivo expiatorio para cubrir las exigencias que planteaba Bruselas. Un testigo que recogió el PP años después y mantuvo con iguales agravios. Muy diferente es esta situación a la que se vivió en el año 1996, cuando la protesta popular logró parar un proyecto del Gobierno también aniquilador. Muchos lectores recordarán aquella manifestación de más de 35.000 personas que recorrió las calles de León para decir «basta ya». O aquel apoyo que gentes de toda condición prestaron a los mineros de Laciana en su «Marcha negra» hacia Madrid. El detonante hace nueve años fue el Protocolo del carbón que el ministro Piqué intentaba colar en contra de los intereses de León. Aquella protesta logró aglutinar el apoyo de los agricultores, de los comerciantes, de los empresarios... en fin, de toda la sociedad leonesa. Fue un clamor popular. Ahora, por el contrario, los cortes de carreteras y del tráfico en la capital son percibidos como una molestia. Sin duda, los mineros en su persistencia de siete horas buscaban la foto. El delegado del gobierno, que tiene la autoridad sobre las fuerzas de orden público en la provincia, aguantó el primer día estoicamente las filas de camiones y turismos parados en las carreteras, las protestas de los camioneros y los conatos de enfrentamiento que se registraron en algunos momentos. Ya el viernes la situación se tornó inaguantable y comenzaron los partes habituales de este tipo de refriegas, con bajas en ambos lados. El ministro Montilla se ha visto obligado a buscar la tregua. Ha convocado a los sindicatos para la mañana del lunes. Los negociadores le han respondido con sorna: no hace falta que nos convoque, permanecemos encerrados en el Ministerio, así que estamos fácilmente localizados. Pásese señor ministro por aquí cuando quiera. Esto es lo que han venido a responder los sindicalistas que escenificaron la ruptura de las negociaciones en la madrugada del pasado martes. No cabe duda de que Zapatero no puede desperdiciar este encuentro. Tendrá que dar instrucciones muy concretas a Montilla, un ministro que ya ha dado muestras de desconocer la realidad de León. No se puede permitir que un acuerdo necesario, porque España requiere aún el carbón como fuente de energía, acabe siendo la imagen de una claudicación. Mantener una reserva estratégica no es un capricho. Es una necesidad para España hasta que los proyectos de energías renovables den sus frutos, aumenten la «dieta» energética del país y, consecuentemente, también nuestra propia soberanía. Y otro dato. Necesita también Zapatero volver a Rodiezmo en septiembre del 2006.