AQUÍ Y AHORA
Un toque a Guerra
LO QUE NO SE PUEDE hacer, y si se hace es deplorable, es militar en un partido con cuya dirección y con cuya política no se comulga, dándole, en consecuencia, continuas alegrías a los adversarios. Y eso es, exactamente, lo que anda haciendo de un tiempo a ésta parte Alfonso Guerra, que de bestia negra de «la derechona» (sic) española ha pasado a ser apreciadísimo y queridísimo por ella. Sólo por eso, porque se está o no se está, y si se está, se está, y si no se está, no se está, el presidente Zapatero hizo muy bien en recordar a Guerra cortésmente, y de paso recordárselo a la legión de desmemoriados del país, que anda diciendo Diego donde dijo digo en lo relativo al Estatuto de Cataluña, que con tanto ardor defendió en 1979. Entonces, según leyó textualmente ante la Cámara el presidente del Gobierno, Alfonso Guerra defendió que España es una nación de naciones, definición que hoy, al parecer, le ofusca y encocora enormemente. Como quiera que durante todo el debate sobre la admisión a trámite de la reforma del Estatuto, Guerra mantuvo desde su escaño una actitud displicente, sino hostil, ante las intervenciones de sus correligionarios, absteniéndose incluso de aplaudir las del portavoz Rubalcaba y del presidente Zapatero, se comprende que éste se creyera en la necesidad de llamarle sutilmente la atención desde la autoridad que le confiere su cargo en el Partido Socialista. Con Bono y Rodríguez Ibarra se ve que el hombre ya tiene suficiente. La pregunta es: si Guerra ha cambiado su manera de pensar, ¿qué le ata a los que, por el contrario, siguen pensando lo mismo?