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FERNANDO ONEGA
León

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EN EL SENADO, esa Cámara donde tanto se dice y tan poco se escucha, ha comenzado el que debería ser el debate de este tiempo: las autonomías. Cuando está sobre el tapete, con todo dramatismo, el Estatuto de Cataluña y el papel que juegan José Luis Rodríguez Zapatero y el Partido Socialista, de ahí debería salir el proyecto de futuro. Este cronista mantiene su esperanza, aunque no esté avalada por los antecedentes ni por las circunstancias que rodean el pleno: no asiste el lendakari Juan José Ibarretxe, ni está claro qué se pretende de estas jornadas. Comentaremos la subida de Pérez Touriño al carro de las reformas. Pero el debate auténtico sobre la crisis que supone la reforma territorial no está el Congreso de los Diputados ni el Senado. Está en los medios de comunicación, que, con la excepción de Cataluña, son poco comprensivos con el presidente del Gobierno. Está en las tomas de posición de los partidos que, en el caso del PSOE, tiene un lenguaje para la confidencia, y otro para las votaciones. Y está en las declaraciones de dirigentes, que muestran la cara de mayor agresividad entre los dirigentes del PSOE y el PP. En este sentido, la noticia política del fin de semana ha sido que Mariano Rajoy propone a Zapatero un pacto para diseñar de forma conjunta todo el modelo territorial. «Con Zapatero o sin Zapatero», añadió ayer. Supongo que Rajoy ha hecho esa oferta con menos esperanzas que la Cultural y Deportiva Leonesa de subir a Primera. Son gestos que hay que hacer ante la galería, para no dar imagen de intransigencia y para presentarse ante el país con tanta cara de talante y diálogo como su contrincante Zapatero. No creo que haya nadie en España, de cualquier filiación, incluso anarquista (si queda alguno) que no desee ese entendimiento. Pero también conviene no engañar al país en tan delicado asunto: ese pacto a dos, entre PP y PSOE, no sólo es imposible. A sólo dos bandas, es inadecuado. Si se hiciera a estas alturas, sería la forma más directa de -perdónenme la expresión- encabronar a los nacionalismos y hacer interminable el problema territorial. Un pacto válido para Zapatero y Rajoy, para Guerra y Zaplana, para Bono y Acebes, tendría aspectos buenos y razonables, sin duda; pero sería visto como la Loapa del 2005, como una marginación de los partidos nacionalistas y, en consecuencia, como una provocación. Sigamos sin engañarnos: el conflicto territorial tiene unos protagonistas, que son esas fuerzas políticas. Es posible que no haya ninguna posibilidad de arreglo y que debamos habituarnos a convivir con ese conflicto durante más siglos. Pero, desde luego, si existe alguna probabilidad de cerrar el problema, es con ellos. Con su complicidad. Al margen de ellos o contra ellos, sólo vamos al conflicto civil.

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