TRIBUNA
La familia y la escuela
HABLAR de la familia y la escuela es hablar, en primer lugar, de la responsabilidad de los padres en la educación de sus hijos, y, en segundo lugar, de la necesidad de una colaboración estrecha entre los padres y los educadores. La participación de los padres en la educación de los hijos debe ser considerada esencial y fundamental, pues son ellos los que ponen la primera piedra de ese importante edificio que marcará el futuro de cada ser humano. En el Informe Europeo sobre la Calidad de la Educación Escolar (mayo de 2000), que comprende 16 indicadores de calidad, uno de ellos es la «Participación de los padres». Allí se dice que esa participación influye considerablemente en la mejora del funcionamiento y en la calidad de la educación. Asimismo en el informe sobre «La situación profesional de los docentes», realizado por el Instituto Idea y la Fuhem, se dice que «la colaboración entre profesores y padres es un requisito necesario para mejorar la calidad de la enseñanza y una asignatura pendiente en el funcionamiento del sistema educativo». En el mismo sentido se han expresado, en más de una ocasión, el Defensor del Pueblo y el Consejo Escolar del Estado, recomendando la colaboración de las familias con los centros docentes, en especial hablando de la violencia y del acoso escolar. La Convención sobre los Derechos del Menor, en su art. 27.2, dice: «A los padres les incumbe la responsabilidad primordial de proporcionar, dentro de sus posibilidades y medios económicos, las condiciones de vida que sean necesarias para el desarrollo del niño». Esta idea de la importancia del papel de los padres en la educación de los hijos la encontramos también en diversas investigaciones, según las cuales los estudiantes que mejor rendimiento obtienen en sus estudios, son aquellos que cuentan con el apoyo de sus padres. Asimismo está presente, esa idea, en los grandes pedagogos, educadores, filósofos, etc. Entre las sentencias de Pitágoras, por ejemplo, una reza: «Padre de familia, ten el sentido de diferenciar el bien y el mal para que tus hijos no los confundan». Todas estas afirmaciones acerca de la importancia de la participación de los padres en la educación de los hijos, contrastan con la realidad que encontramos, hoy día, en nuestro país. Así, según el citado informe de Idea y la Fuhem, una mayoría de los profesores se queja de la poca colaboración y participación de las familias en la educación de sus hijos. En efecto, en los centros educativos es sabido que hay un buen número de padres que muestran una clara pasividad en relación a la educación de sus hijos. Son muchos los niños que se crían solos, teniendo como única referencia la escuela (los otros niños) y la televisión. En nuestro país los niños pasan más de dos horas diarias de media frente al televisor, y según un estudio publicado en la revista Science (marzo 2002), los niños que ven más de una hora de tele al día, pueden convertirse en adultos violentos. A esa misma conclusión ha llegado un informe de la Universidad Complutense de Madrid, según el cual los adolescentes que más televisión y videojuegos ven, son más violentos que los que tienen el hábito de leer y de hacer sus deberes escolares. Podemos concluir, pues, que no existe una educación de la familia, en nuestro país, lo cual es una prueba evidente de que la educación no se ha tomado aún en serio. El gran pedagogo, J. Piaget, habla de la necesidad de «constituir sociedades y organizar congresos sobre la educación de la familia, cuyos dos objetivos simultáneos -afirma- son atraer la atención de los padres sobre los problemas de la educación interna de la familia e informarles sobre los problemas escolares y pedagógicos en general». Allí donde los sistemas educativos son satisfactorios, existen -sin excepción- movimientos de colaboración entre la escuela y la familia, pues una relación estrecha entre educadores y padres es totalmente imprescindible para una buena educación de los hijos. El mismo Piaget afirma: «En ciertos países los consejos formados por padres y profesores unidos son los verdaderos inspiradores de la nueva pedagogía y realizan, así, la síntesis deseada entre la familia y la escuela». En nuestro mundo cada vez más especializado, es difícil -si no imposible- triunfar en cualquier profesión u oficio, sin estar verdaderamente preparado. Pero hay una profesión (quizás la más natural y común entre los seres humanos, y una de las más difíciles) para la que no existe preparación alguna: ser padre o madre. En el pasado la propia naturaleza, con su gran sabiduría, ayudaba, de alguna manera, a los padres a ejercer esa difícil profesión, pero el mundo de hoy es muy diferente. Por eso los padres que no tengan una mínima preparación para educar, fracasan. Este es un hecho cada vez más extendido en nuestra sociedad. De ahí la importancia de la educación de la familia. Ninguna de las demasiadas Leyes de Educación de los últimos tiempos (tampoco el actual Proyecto de la LOE) se han detenido a reflexionar seriamente sobre este hecho. Una vez más los legisladores van por una camino, y la vida y la sociedad, por otro. Los responsables políticos y educativos tienen, por tanto, una gran responsabilidad y una grave obligación en este campo. Por su parte, los padres deberían reflexionar sobre este hecho incuestionable: la necesidad de prepararse debidamente para ejercer la difícil -pero apasionante- «profesión» de ser padres, pues tanto el padre como la madre proyectan sobre sus hijos sus virtudes y sus defectos, y en especial -quizás- sus frustraciones. Para ello hay que comenzar, a mi juicio, por conocerse uno mismo un poco mejor. El psicólogo francés, Pierre Daco, dice: «La educación de los demás comienza por la educación de uno mismo. No hay excepción a esta regla». No olvidemos, además, que el ejemplo siempre ha sido y será la regla de oro de toda educación, y especialmente en la infancia. Ser un «buen» padre y una «buena» madre es un reto difícil, pero necesario e imprescindible para una «buena» educación de los hijos. Y recordemos, para terminar, otra sentencia del gran Pitágoras: «Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres», y los versos de Goethe: «Sí, los niños serían bien educados, si los padres estuvieran bien educados».