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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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LOS ANTIGUOS árabes, aquellos que inventaron el mármol curvo de las columnas y dominaron la ciencia del álgebra, decían que nadie debería decir nada que no mejore el silencio. Después, San Pablo aseguró que nos sería tomada en cuenta toda palabra ociosa. Ninguno de esos cautelosos consejos han sido tenidos en cuenta por nuestros políticos, quizá porque saben que la verborrea es para ellos una dieta adecuada. Cuando no tienen nada que hacer hacen declaraciones. Hablan por hablar o por no callar. Ignoran que el silencio es el verdadero idioma universal y que callarse, en determinadas ocasiones, es precisamente lo que puede hacer más amena una conversación. Algunos miembros del PSOE y adosados han dicho que los obispos son unos mentirosos, al mismo tiempo que les recomendaban que siguieran el Evangelio. Llamarles embusteros a los señores prelados, así en bloque, es algo que chirría bastante, pero aconsejarles que sigan el Evangelio es algo anacrónico. Todos sabemos que es mucho más fácil ser católico que ser cristiano. En todo caso, ¿a qué vienen estas injerencias en ajenos negocios? No hacer declaraciones es tan fácil como no escribir una obra teatral en cinco actos. Pero lo peor no es hacerlas, sino que se divulguen. Hay que comprender que las radios, las televisiones y los periódicos hay que rellenarlos con algo, pero no es sensato que se recojan los juicios de personas que aún no se han molestado en formarlo. Un tal Jean Daniel, director del conocido semanario francés Le Nouvel Observateur ha declarado que «quemar un automóvil es una forma de estar integrado» y un tal Karl Fagerström, experto en tabaquismo, han dicho que, en el futuro, «sólo fumarán los criminales, los que estén internados en hospitales psiquiátricos y los pobres». Está claro que estarían más guapos algunos si se callaran, pero no saben y contestan aunque no se les pregunte.