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EN LA política, todos hacen alguna que otra trampa. En el Gobierno, por ejemplo, hay gentes preocupadas por las movilizaciones contra la proyectada Ley Orgánica de la Educación, y por eso el presidente Rodríguez Zapatero ha reaccionado anunciando que quiere hablar con los representantes de las asociaciones (católicas) de padres que convocaron la manifestación del pasado sábado. Con ellas y con los estudiantes que dos días antes organizaron una manifestación que, según las fuentes policiales, apenas secundaron unas tres mil personas. La otra, según la Delegación del Gobierno de Madrid, congregó a no menos de cuatrocientas mil pero los organizadores hablaron de más de un millón. Está claro que, en términos de capacidad de convocatoria, no hay simetría posible, pero Zapatero la quiere procurar reservándose el papel del sabio Salomón. Es su pequeña trampa. La trampa -grande o pequeña- es de manual entre los políticos. Tomemos otro ejemplo: el señor Rajoy, le ofrece al Gobierno un pacto en materia de Educación que podría durar «una generación». El enunciado es sugestivo, pero la contrapartida es tramposa: el Gobierno tiene que retirar la LOE. Ningún gobierno aceptaría semejante trueque, como no lo hizo el del PP cuando era ministra de Educación Pilar del Castillo, cuya Ley de Calidad fue impuesta con cargo a la mayoría absoluta que apoyaba a Aznar. Pactar entre los dos grandes partidos sería una idea encomiable, pero nunca veremos semejante milagro con el trágala previo que quiere Rajoy. Hablando de trampas, ¡vaya con los señores obispos! Resulta que se habían reunido cuatro veces con gentes del Gobierno -en alguna ocasión con cena incluida con el omnipresente Pérez Rubalcaba- y habían logrado ponerse de acuerdo en trece de los quince puntos que llevaban en la agenda. Pero en el último minuto, cuando supieron que el PP planteaba una enmienda a la totalidad contra la LOE y que se anunciaba, también, la fecha de la manifestación, cambiaron de idea y se fueron sin decir si subían o bajaban. Más aún, al padre Martínez Camino, secretario general de la Conferencia Episcopal, hasta se le olvidó que había estado con Rubalcaba. Otra trampa, pequeña, como de pellizco de monja, pero trampa. Todos hacen trampas. El día en el que aquí venga alguien y le llame «al pan, pan, y al vino, vino», nos va a parecer que es el profeta Elías devuelto por los mismos cielos que lo arrebataron envuelto en su «mercava», su misterioso carro de fuego.