Monjes guerreros

LAS HISTORIAS de las Cruzadas y los templarios, monjes guerreros que rezaban de noche y por el día decapitaban moros para abrir camino hacia tierra santa, acumulando de paso poder y riquezas, siempre me resulraron contradictorias con el mensaje de la Iglesia Católica. No me imaginaba con una daga entre los dientes y al galope al hermano-conserje de mi viejo colegio, el mismo que cuando le preguntaron por el padre Aurelio respondió: «Debe de haber bajado a León, porque iba vestido de hombre». Será que los tiempos cambian, y ahora ha debido volver la hora de los monjes guerreros. Basta sintonizar la cadena Cope para comprobar como su predicador mayor peca a voces desde el mayor púlpito del que dispone la Iglesia. Los clérigos han colgado las sotanas, se visten de hombres, y arremeten en defensa de sus diezmos contra el enemigo recién declarado, al que por cierto, eligieron libre y democráticamente los electores para cumplir el programa que tanta rabia les produce. Dos veces se ha manifestado la iglesia en los últimos cincuenta años, y las dos han sido en los últimos seis meses. Han bajado de las cuestiones de Dios a las del César con el apoyo de quienes apoyan lo que sea con tal de reconquistar el poder. Pero si la Iglesia entra en política debe estar dispuesta a ser objeto de ataques políticos. Ya ha sido amenazada con perder privilegios económicos, y si eso ocurre no deberá contar con sus hoy aliados para recuperarlos en su día, porque en este país las reformas sociales vienen para quedarse. Véanse si no las leyes del divorcio o del aborto que nadie después retiró.