Diario de León

TRIBUNA

Las dos noches de Unicef

Publicado por
ENRIQUE CIMAS
León

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MAÑANA, sábado, día 19, tendrá lugar la Cena de Unicef, organizada como en años anteriores por la Delegación leonesa de esta benemérita Fundación. Estoy seguro de que el trabajo de mis ex compañeros -aunque siempre amigos- en la preparación y detalles del acontecimiento, generosamente secundados por el Hotel Conde Luna, dará sus frutos en forma de lleno absoluto en tan inolvidable acto socio-benéfico, en tan memorable noche. Fui, junto a nuestro inolvidable Doctor Picón y otros vocales de la Junta organizadora de la primera cena -noviembre de 1985- peón de brega en la materialización de una iniciativa que con el correr de los años se ha hecho tan tradicional como provechosa para el fin que la motivó. Se trabajó, ya digo, mucho, aunque a la postre todo resultara fácil. Fácil convencer a la dirección del Conde Luna -con todo su personal detrás- para echar a andar tan noble propósito; fácil atraernos al espléndido comercio de León, que año tras año nos ha abrumado con sus regalos para el gran sorteo. De otra parte, ninguna traba tuvimos al solicitar ayuda de los chicos/as scouts, del Colegio de Jesuitas, capitaneados por José A. Salán, para que cooperasen en los protocolos del evento (sorteo de la rifa, controles de mesas, colocación de participaciones de nuestra lotería navideña, etcétera). Fue, igualmente, sencillo tratar de la cuestión con las autoridades leonesas, enganchadas con el proyecto desde el primer instante. Y no hubo problemas en la contratación, por cero pesetas, de grupos musicales y otras atracciones, que amenizaron con entusiasmo y arte la sobremesa de la Cena. Pero donde la facilidad se hizo más expresa, más palpable y emotiva, fue en la tarea de captar gente -¡gente de León!- para que nos honrasen con su presencia, en esa noche de sonrisas solidarias, de regusto espiritual, por poder contribuir en algo a rescatar de la miseria a los niños del tercer, o cuarto, o quinto mundo; yo qué sé¿ En Unicef tenemos -todavía se me escapa el pronombre en primera persona- dos noches para no olvidar. De la primera, a escala doméstica y local, ya he hecho mención; era de justicia hacerlo. La segunda tenemos que grabarla a fuego en los corazones. Me estoy refiriendo a la noche triste, no la del famoso conquistador, sino la de los misioneros de Dios; la de los voluntarios de la avanzadilla que luchan a brazo partido por los seres, y en los horizontes, más pobres de la tierra. Aventureros de empresas gigantes de humanidad y espíritu, que caminan tras la huella del hermano zulú, el de las eternas luchas intestinas; del hermano hindú, el de las calles que acariciara, más que recorriera, la beata Madre Teresa de Calcuta; del hermano niño desvalido, en particular, porque él es la espuma sangrante de todas las razas y todos los paralelos; cristos del dolor, que las pequeñas criaturas incorporan. Chiquillos de la marginación, el olvido y la carencia de casi todo lo elementalmente razonable, en una existencia absolutamente irrazonable¿ Ahí, en esa noche de hielos afilados, trabaja y pelea también, en su particular guerra pacífica y balsámica, Unicef. Sus avanzadas están en permanente alerta para acudir al escenario de la catástrofe natural, del conflicto bélico irracional y del espanto -hambre y enfermedad- de tanta criatura. En la labor logística y de aproximación a esos caballos apocalípticos, llámense sin-papeles o chavales de cualquier parte, está sobresaliendo el trabajo coordinado del «estado mayor» de Unicef. La nueva presidenta de la Fundación en España, Consuelo Crespo, lo ha dicho claramente: «Creemos que hay que trabajar por la globalidad de la persona, no por sectores aislados que ya han demostrado sus poco efectivos resultados, excepto en el caso del sida. Un niño que no está educado, que no sabe que la higiene es importante, o que hay que respetar la naturaleza, no saldrá adelante por muchas vacunas que se le proporcionen». Dos noches: una, la de Unicef; breve, próxima y entrañable, en la mejor línea de solidaridad (de la fraternidad de retaguardia) que los pueblos puedan ofrecer; como aquí mismo, en nuestro León. Y otra noche, con oscuridades muy próximas a las del temblor del alma, de San Juan de la Cruz. Noche doblemente lamentable; por eso, por ser noche oscura y, después, porque su sombra es alargada sobre el solar de los sentimientos. Aquella, la primera, «la leonesa», nos reconforta frente a la tenebrosidad de la segunda. En su confrontación, sin duda ganará la noche de nuestra Cena. Ya que cosas como ella constituyen otros tantos cantos de esperanza. Y la esperanza es, en definitiva, incógnita casi despejada en la ecuación de los buenos.

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