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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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NOVIEMBRE es un vértigo en la Ciudad del Puente y andamos de un lado para otro, con la lengua fuera: del piano chispeante de Arturo O¿Farrill que suena a spanglis a los ecos centroeuropeos de Kroke; de la belleza de hielo de Viktoria Tolstoy al desgarro de las Dulcineas de María Fernanda Santiago que las chicas de Conde Gatón construyeron en el Festival de Guitarra; del bisturí social de Animalario al discurso febril de Sánchez Dragó; del humor como arma cargada de futuro de Les Luthiers al flamenco contemporáneo de Ángel Rojas y Carlos Rodríguez, y de un cantautor post-punki como Daniel Higiénico al canallesco submundo porteño de Malevaje o a la opereta brechtiana de Fernando Urdiales y La barraca de Colón corsaria. Así es noviembre en la Ciudad del Puente: una agenda tan felizmente apretada que da miedo pero deja todavía hueco a plataformas, reuniones y conspiraciones varias sobre los asuntos urbanisticopolíticos, que es el juego favorito de la urbe desde que los templarios dejaron el castillo a medio hacer y tuvieron que venir los nobles gallegos a acabarlo, sin licencia de obra ni nada. Éste es el noviembre que uno quiere para la ciudad, ampliado a doce meses, donde te cabreas porque tienes que elegir entre el jazz y el teatro, entre el Talmud y el Grial, entre el congreso o la danza, entre la reforma del PGOU o la quiniela del candidato socialista a la alcaldía. Hubo un tiempo, hace menos de los treinta años que hoy se cumplen, en que jóvenes periodistas airados pedían para la ciudad una mejor coordinación en la actividad cultural y la solución fue que ésta desapareciera. Ahora noviembre es una cita permanente que invita a ampliar la clientela.