AQUÍ Y AHORA
La justificación como escarnio
LOS CIUDADANOS de este país admitimos ya con evidente indulgencia las exageraciones de los partidos políticos, tanto a la hora de criticar las acciones de los otros, como en el momento de justificar los errores propios. Los ciudadanos aceptamos que esto forma parte del juego de la convención, y que el maniqueísmo es parte del peaje. Algunas veces, las críticas o las justificaciones llegan a ser tan pintorescas que ofenden claramente nuestra inteligencia, y llegamos a dudar de si nuestros representantes viven en la creencia de que somos estúpidos. Claro que, enseguida, llega la convicción de que no pueden ser tan tontos como para creer que lo somos casi todos, y el recuerdo de que esto forma parte del juego dialéctico. Pero, en otras ocasiones, la crítica o la excusa tocan aspectos realmente tan sensibles de la vida cotidiana, tan delicados, en suma, que el desparpajo se transforma en doloroso escarnio. Los ciudadanos no somos sensibles a muchos matices de la política exterior y a no pocos de las medidas económicas. Pero la inmensa mayoría de los ciudadanos sabemos lo que significa tener una deuda con una entidad financiera. Y el sacrificio que requiere la devolución de una hipoteca o de cualquier otro préstamo, y a lo que hay que renunciar para cumplir las obligaciones financieras contraídas. Y tampoco son escasos los que han sufrido el rigor de bancos y cajas de ahorro, cuando han dejado de atender el pago de la deuda, y han soportado la fría severidad, la inclemente dureza con que funcionan esas entidades. Por eso, cuando la coartada que se aporta para la falta de devolución de un préstamo consiste en informar que la entidad bancaria se ha olvidado de la deuda, algo se revuelve en muchas personas que han tenido que renunciar a un filete de carne o a unos zapatos nuevos para su hijo por cumplir con el pago mensual de un préstamo. Y ya no hay queja por ser un insulto a la inteligencia: lo que nace es el inmenso dolor como consecuencia de tan insultante escarnio.