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León

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DE TODOS los actuales rifirrafes políticos no hay ninguno que me parezca más innecesario que el de la enseñanza de la religión. Aunque no soy un creyente con suficientes avales como para sentar cátedra, intuyo que se está creando una falsa polémica. El verdadero problema no está en la relación Iglesia-Estado sino una crisis mucho más compleja y profunda, que nos afecta a todos, creyentes o no, incluidos el señor Llamazares. Personalmente, no me preocupa si la religión es asignatura evaluable o no,  pues aunque creo en la importancia de la educación reglada, aún más en la búsqueda personal,  y sobre todo en la gracia y en el plan divino. Por ello, me es indiferente la existencia o no de un examen de la materia, pues lo importante no es eso, sino cómo  inculcar los grandes valores cristianos en quienes quieran recibirlos, y ese ha de ser  el gran reto. Un buen profesor de religión y unos valores familiares coherentes con esa enseñanza son una herencia espiritual para toda la vida. Gobierno y Conferencia Episcopal deben buscar puntos de encuentro. Hombres y mujeres de buena voluntad no sólo los hallamos en todos los partidos, sino entre creyentes, agnósticos y ateos. ¿Acaso hay  político que haga más profesión de fe que el ministro Bono?   Bastante tenemos con nuestros problemas reales como para andarse con espejismos. Vivimos en un mundo complejo y cruel donde educar es muy difícil, pero el amor, el perdón y el respeto aún forman una trilogía válida para afrontar nuestras diferencias, en esta vieja y polvorienta carretera de muchas direcciones.

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