EL RINCÓN
A puerta cerrada
EN LA PLENARIA del Episcopado español se va a debatir el enfrentamiento entre Gobierno e Iglesia. Quizá el conflicto más importante no sean el de la LOE o la financiación, sino el que presentarán varios obispos pidiendo una reflexión sobre la unidad de España. ¿Quién puede oponerse a que se reflexione sobre eso? Lo han hecho muchos españoles egregios, de una manera o de otra, y han sacado sus conclusiones, casi siempre provisionales, sobre lo que un poeta llamó «la patria que nos tocó» y otro, con cierta orgullosa resignación, mostró su adhesión a ella diciendo: «contigo y con tu castigo». Los monseñores decidieron que iban a hablar a puerta cerrada. Estuve con ellos a puerta abierta una vez, cuando me dieron el Premio ¡Bravo!, mejor dicho, cuando lo gané, ya que la verdad es que a mí no me han dado nunca nada gratis total. Me sorprendió entonces la afabilidad y la alegría que mostraban todos, menos un par de ellos, quizá apesadumbrados por creer que la fe es un don y q ue su huésped de aquel día no era un beneficiario. Me pareció un colectivo, que se dice ahora, contento. Ahora están disgustados. No tanto como en otros tiempos. El gran Juan Eslava Galán, al que supongo también convertido al agnosticismo, en su imprescindible libro titulado Una Historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie, habla del anticlericalismo español, que acusaba a la Iglesia de vivir en la opulencia, indiferente a la miseria del proletariado. Cuando estalló el odio, las masas amotinadas asesinaron a unos 7.000 religiosos. Exactamente 13 obispos, 4.184 curas, 2.365 frailes y 283 monjas. La época es otra, pero los españoles siguen siendo los hijos o los nietos de los que sustituyeron la reflexión por el asesinato. Este es un n país de mucho cuidado. Como todos, por supuesto, pero no menos que ninguno. Sí. Hay que reflexionar. A puerta cerrada o sin puertas.