Diario de León
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CARLOS CARNICERO
León

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EN CUALQUIER país en el que la democracia tuviera cauces razonables y consolidados de funcionamiento, ngel Acebes habría desaparecido de la vida política por vergüenza propia y prevención ajena. Su comportamiento durante la gestión del atentado de Madrid se prolongó en el tiempo para sostener la tesis de que ETA era la autora o cómplice del atentado terrorista, sólo por conveniencia política y para sustentar las tesis con las que trató de confundir a los españoles. Han pasado casi dos años, nadie ha podido encontrar la huella de ETA en esa masacre y el ex ministro no sólo no ha dejado la vida política, sino que es el secretario general de su partido. Además, sigue utilizando el terrorismo como arma de desgaste del Gobierno, llegando a decir cosas tan terribles como que ETA tutela el proyecto de Estatut de Cataluña en una provocación que sólo tiene antecedentes en la política que desarrolló su partido en los años 90. El problema de Acebes es que todavía tiene fanáticos que le creen, porque España es un país en donde las evidencias sirven para negarlas y las pruebas no tienen valor porque algunos de quienes las auditan no tienen principios y soportan su oportunismo político en mecanismos de conveniencia. Hay demasiadas evidencias de que, independientemente de los errores que comete el Gobierno, enfrente hay nada más que una maquina para decir «no» y la explotación de la crispación como instrumento de deterioro político. Esto es posible porque los ecos mediáticos de esta política encuentran salida y se reproducen bajando a la base de la vida política y social. Pero esta política de desgaste irresponsable, en la que se le da más crédito a ETA que a un Gobierno legítimo, tiene un solo punto flaco: si las cosas salen bien, a pesar de los insensatos que se pasan el día echando arena en los engranajes del Estado, el electorado pasara por encima de los que han practicando conductas tan indecorosas. En ese sentido, Ángel Acebes no es más que un inmenso contracartel electoral que recordará a los electores que en su universo político la mentira es una carta de credencial para el futuro.

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