DESDE LA CORTE
El presidente del «como sea»
PREGUNTAS no tan tontas: si Zapatero no tuviera abierto el famoso micrófono, ¿habría quedado algo de la Cumbre de Barcelona? Si no hubiera dicho la famosa frase del «hay que cerrar un texto como sea», ¿nos habríamos enterado de algo de esa reunión de jefes de estado y de gobierno? Desde luego, los análisis hubieran sido mucho más negativos. Dicho con mayor justicia, habrían sido los análisis que esa cumbre merece: un conjunto de buenas, sanas y vagas intenciones sobre la inmigración, y una orquesta de frases obvias sobre terrorismo, disfrazadas del gran concepto de «Código de conducta». Toda una lección de cómo se debe vestir a un santo, pero el santo es de escayola. Pero el micrófono estaba allí, como testigo para la historia. Algún día, cuando se escriba la crónica paralela de estos tiempos, los historiadores descubrirán algunas importantes claves políticas que los micrófonos han puesto al descubierto: el pensamiento de un ministro actual sobre Tony Blair (Bono: «ese tío es gilipollas»); el alto concepto de los altos mandatarios sobre sus propios discursos (Aznar: «vaya coñazo que he soltado»); el respeto a la independencia de la Justicia (Felipe González: «¿no hay quien diga a los jueces qué tienen que hacer?»), o el alto aprecio a las fórmulas parlamentarias (Trillo: «manda huevos»). Son una pequeña muestra de grandes frases de las personas que más mandan o mandaron en este país. En el caso de Zapatero, si le hubiera pagado a un gabinete de imagen un millón de euros para que disimulase los fiascos de la cumbre, seguramente no habría encontrado un invento mejor: poner a todo el mundo a hablar del micrófono, en vez de hablar de la resolución. Es tan inteligente, que no se le puede haber ocurrido a un colaborador de este gobierno. Pero sería tan astuto, que este gobierno nunca podría aceptar una iniciativa así. Dejémoslo, pues, en accidente; un accidente que demuestra que Zapatero, sobre una apariencia de mala suerte, obtiene un beneficio que sólo él puede medir. Hay mucha gente que se asusta de un dirigente que quiere cerrar acuerdos «como sea». Se imaginan el Estatut, la LOE, los presupuestos, la ETA y el sursum corda, y ven al presidente dispuesto a poner su firma, cualesquiera que sean las condiciones. A mí, sin embargo, me gustó ese Zapatero. Me recuerda a Florentino Pérez negociando con Botín la compra de Fenosa. Es un hombre que demuestra instinto de conservación, y sabe que el fracaso es peor que un acuerdo discutible. Y, sobre todo, he descubierto algo que no veía desde la decisión de traer a las tropas de Irak: un Zapatero que actúa con decisión. Hasta sabe mandar: «hay que cerrar». Cualquiera diría que estaba hablando de los astilleros.