LA VELETA
Cosas concretas
EN BARCELONA se han armado un lío al intentar ponerse de acuerdo sobre la significación del concepto de «terrorismo». Es normal. Esa palabra no se puede definir sin tomar partido. ¿Los indeseables son los insurgentes degolladores de Irak o los sinvergüenzas que bombardearon a miles de inocentes? La pregunta se convierte en un dilema si se permite a cada bando que se justifique. Hay miles de ejemplos de situaciones parecidas. Tras los últimos comicios, Putin habla de «normalización» en Chechenia, pero que les pregunten a los guerrilleros de allí. No sólo en asuntos de armas se dan tales diferencias insalvables. Así, los chinos creen que los convenios comerciales de la globalización los autorizan para obligar a nuestros fabricantes a que se coman los pantalones que pretenden vender, mientras que éstos se quejan de ventajas desleales. En terrenos más prosaicos, parece que la Ley de Educación favorece la libertad de enseñanza pero que, a la vez, es un crimen contra la libertad de enseñanza. Y ya en terrenos de pandereta, la siniestra pandereta española, no es posible dirimir si Zapatero, tras organizar aquellas explosiones del 11-M, es hoy el principal inductor de ETA o si son los populares los que actúan de voceros del simpático movimiento de liberación nacional vascongado, como afirma el no menos simpático José Blanco. En lo único en lo que hay consenso mundial, es en que los catalanes son malos y, para simbolizar la creencia común, israelíes y palestinos se han unido fraternalmente contra un enemigo común, llamado Ronaldinho. Las palabras serían menos ambiguas si pudiesen explicarse sin palabras. Hay cosas que no tienen vuelta de hoja, como la muerte, pero quizás no sea tan evidente. En vez de convenir una definición de terrorismo, debiera bastar que aceptáramos que la muerte es una lata, como sabe todo mortal, pero las religiones enseñan que la mejor vida es la futura, y ahí nos liamos. Y además, y esto es legítimo, lo que ansiamos para nosotros no tenemos por qué deseárselo al prójimo. Pero aun así, hay cosas que no tienen vuelta de hoja. Doscientas delegaciones de doscientos países se han ido con dietas a Montreal a discutir, otra vez, del calentamiento de la atmósfera, al que, decimos con orgullo, España contribuye con óptima nota, como corresponde a su altísimo nivel de desarrollo. La reunión de Montreal la traen los periódicos en la página treinta y tantas. ¿Y cuál ponen en primera? El huracán de Canarias, próximo, doloroso, sensitivo.