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León

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PUDO ser una tragedia y se quedó en susto. Hay muchas formas de  llamarlo, pero de todas ellas me quedo con la de milagro. Con la suerte ganas al parchís o te preguntan en una oposición el único tema que te sabias, pero sobrevivir a un accidente de helicóptero debe ser considerado como algo más que buena fortuna.  Me pregunto como se sentirán los involuntarios protagonistas del suceso. Supongo que una vez desahogada la alegría de estar vivo han de sentirse profundamente conscientes de haber nacido de nuevo. Pero nadie nace de nuevo para seguir siendo el mismo, como nadie se baña dos veces en el mismo río. No sé  Aguirre y Rajoy cumplirán hoy con sus agendas como si nada hubiera pasado, pero intuyo que este suceso les hará mejores personas, y no quiero decir con ello lo necesiten. Sólo somos el amor que damos. En un segundo puede pasarse del espejismo de la vida a la realidad de la muerte. Carpe diem, dijo Horacio. Aprovechemos el momento, pero no para banalizarlo, ni para adorar su fugacidad, sino para convertirlo en alegría, espiritualidad y compromiso. Vivimos rodeados de problemas que no lo son, de tragedias inexistentes. Ante la muerte  inesperada, no hay cargos, aspiraciones, poderes ni fortunas que valgan. Estoy seguro de que todos quienes iban en ese helicóptero sentirán alteradas sus respectivas vidas; o más concretamente, su percepción de ella. Porque, sí, con la suerte aciertas una quiniela o te encuentras un llavero de plata, pero no naces dos veces. Para eso es necesario el milagro. Y todo milagro lleva dentro un mensaje cifrado.

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