El precio justo

EL DINERO siempre ha valido lo que cuesta ganarlo. Las personas decentes hemos tenido ese patrón y en eso, pero no sólo en eso, nos diferenciamos de quienes logran acumular súbitamente grandes fortunas. ¿Cómo va a valer lo mismo el dinero de un comerciante de armas que facilite defunciones lejanas, o el de un comerciante de tierras que facilite urbanizaciones, que el de alguien que deba acoplarse cotidianamente a sus lícitas ganancias? Como dice José Luis Coll, «daría cualquier cantidad por tener más». La verdad es que el dinero sólo sirve para no tener problemas de dinero y, aunque no sea todo, ya es bastante. Ahora acaba de subir su precio después de cinco años y su devastador efecto es que va a encarecer las hipotecas. Dicen los que saben de estas cosas que los tipos se situarán en el 2,25 por ciento y pueden fomentar el ahorro y frenar la inflación. Mucha duda cabe por esa ancha puerta. Así como en las guerras siempre mueren los mismos, en nuestro país siempre ahorra la misma gente, aunque sea también sucesiva. En cuanto al frenazo de la inflación, sería algo que no tiene precedentes. Si sucede, sucede por primera vez. Si los españoles endeudados decidieran manifestarse se taparían todas las calles. Millones de personas han tenido que alquilar su futuro imperfecto. Hay jóvenes parejas, no necesariamente de distinto sexo, que habitan un piso que sólo será suyo la víspera de su jubilación. Les costará mucho trabajo pagarlo y sólo serán propietarios del inmueble cuando dejen de trabajar. ¿Cómo se puede hablar del precio del dinero, así en general? Un aristócrata del ladrillo no puede medirlo con la misma vara de una persona corriente, conminado a alojarse donde pueda. La subida de tipos, que ha sido recientemente acordada por el Banco Central Europeo, es una catástrofe. Al cerrar las puertas, muchos no podrán entrar en su casa.