El zebro

PARECE mentira que haya vivido en España un gran mamífero, el zebro, totalmente olvidado, salvo los nombres de pueblos que hacen referencia a este mítico équido, como cebreros o cebrones. Este animal aparece citado desde el siglo X hasta justamente el año 1682, cuando se alude a un «jumento cebro» domesticado en Badajoz. Las descripciones de la época señalan que el zebro era mayor que un ciervo, con aspecto similar al de una yegua cenicienta por su pelo, «del color de las ratas», con una lista negruzca a lo largo del espinazo hasta el rabo -como el mulo- y el hocico oscuro. También se comenta la velocidad de carrera y la voz tipo relincho. Los fueros medievales informan de una distribución occidental, desde Galicia al Algarve y Murcia, común en León, disminuyendo drásticamente en el siglo XIII. La última cita de esta especie en estado salvaje es en Chinchilla (Albacete), hacia 1540. Hay información sobre la form a y época de cazarlo, en verano cuando acudía al bebedero, y su carácter arisco y coceador. El rastreo entre la fauna fósil del Pleistoceno da pistas de que el animal que mejor se asemeja las descripciones del zebro es un onagro ( equus hydrantinus ), relacionado filogenéticamente con las cebras y parecido a un caballo de pequeña alzada. Parece, pues, que en la Península Ibérica, antes de que llegase el asno doméstico, aproximadamente en el siglo VIII antes de Cristo, teníamos en nuestro territorio al caballo salvaje o tarpán y al zebro, el primero de ellos representado profusamente en las pinturas paleolíticas de las cavernas cantábricas. Da impresión de que los escritores confundieron bastante al zebro ibérico con su heredera de nombre, la cebra africana, listada en blanco y negro, bautizada así por los colonos portugueses que llegaron a Sudáfrica, asombrados por las manadas que ocupaban las sabanas etiópicas. Al este de Cebrones del Río y el Órbigo, por los páramos de La Pedrera, La Calva y El Pedrerín, corrían los veloces y salvajes zebros.