SIETE DÍAS
El billón de Maragall
«LO DE NACIÓN en el Estatuto no lo sabía Zapatero». El presidente de la Generalitat de Cataluña contestaba así al ser preguntado si Rodríguez Zapatero conocía las intenciones radicales catalanistas cuando afirmó que aceptaría «en todos sus términos» la redacción que llegara a Madrid desde el Parlament. Maragall negó a continuación, de forma inmediata, que hubiera ejercido traición a su compañero y secretario general de los socialistas españoles al ocultarle cuestión tan primordial. «Eso de nación no lo sabía ni yo mismo», se justificó. Pues ahora todos sabemos ya algo más: ni el jefe del PSOE ni el líder del Partido Socialista de Cataluña tenían una idea predeterminada del nuevo Estatuto de autonomía. De la respuesta de Maragall cabe deducir dos hipótesis: que la frivolidad es norma de conducta política o que nos tomó a los contertulios por tontos. Uno no se atreve a elegir entre ambas posibilidades. Mesa y mantel por medio, Pascual Maragall almorzó el jueves en el Palau de la Generalitat de Barcelona con ocho directores de periódicos periféricos de «España»: La Voz de Galicia , H eraldo de Aragón , La Nueva España, de Oviedo, Información, de Alicante, Diario de Navarra , Diario de Córdoba , La Opinión , de Almería y Diario de León. Con estos encuentros, Maragall pretende eludir el centralismo que ejerce Madrid en la divulgación de sus mensajes y, de paso, pulsar la opinión de otros territorios. En su opinión, el debate político en torno al Estatuto se ha trasladado a los ciudadanos de forma estereotipada y, por lo tanto, falsa. Así que para empezar, nada mejor que precisar posiciones: Cataluña -vino a decir el president-, es una nación en una nación de naciones, España, a la que queremos y de la que no nos vamos a marchar nunca!. ¿Así de claro? No tanto. Maragall apostilla: Quitaremos el término nación, aunque no seré yo quien proponga eliminarlo. Pero mantendremos el contenido. El concepto nación no es divino, se trata de convivir Convivencia sí, pero no en términos de igualdad. Maragall reclama un trato de favor para las regiones que accedieron a la autonomía a través del artículo 151, después de un referéndum popular, la llamada vía rápida, frente a las comunidades conducidas a través del artículo 148, entre las que se incluye Castilla y León. Se cuidó mucho el president de utilizar el término comunidades históricas para justificar las diferencias de pedigrí que para sí reclaman. Tras este intento por limar aristas conceptuales, llegó el turno al nudo gordiano del asunto: la financiación. En síntesis, Maragall cree que Cataluña está aportando al Estado Español un billón de pesetas más de lo que recibe y que está situación hay que modificarla. Hace dos concesiones: puede ser rebajada esta cifra y tampoco ha de tener efectos inmediatos en su totalidad. Estima un período de 20 años para llegar a un sistema que califica de «objetivo», y que en su opinión no difiere mucho del que ya hoy practican Navarra y el País Vasco. El concepto de solidaridad lo considera en proceso de extinción. Fue recurrente al exponer como agravio el hecho de que Cataluña tenga más autopistas de peaje que el resto de España, pero no pudo contestar cuando uno de los contertulios lamentó que su tierra no hubiera tenido también autopistas hace 30 años. Naturalmente, igualmente de pago. Desdibujado queda también el agravio cuando resulta imposible ponerle fronteras regionales a la imposición fiscal. ¿El IVA que recauda Cataluña o Madrid de empresas que tienen sus centros de producción en otros lugares de España, a quién corresponde? ¿A las provincias que con frecuencia soportan la contaminación o al lugar donde levantan sus aseadas y majestuosas sedes? Tampoco el President quiso contestar a cuestión tan elemental. Delimitadas las posiciones económicas, que son realmente la madre del cordero, Maragall se propuso sembrar también efectos balsámicos del nuevo Estatuto catalán. Aventuró que la nueva normativa autonómica abortará los deseos independentistas del País Vasco y en Cataluña igualmente el objetivo republicano-separatista de su socio Rovira se quedará en praxis federalista. O sea, vino a decir, que menos lobos, caperucitos españoles. Seguramente estaba pensando en la manifestación anunciada por el PP para ayer en Madrid en defensa de la Constitución. Evidentemente los políticos no están contribuyendo mucho a sosegar los ánimos y sería triste que al final el Estatuto de Cataluña saliera adelante sin el consenso necesario, que es tanto como decir sin el respaldo conjunto del PSOE y del PP, los partidos que representan actualmente la posibilidad de mantener no sólo la España geográfica, sino también la España cohesionada y solidaria que la mayoría de los españoles exigimos. Lo decía Fernando Ónega con su forma magistral en La Vanguardia : «Quizás estemos asistiendo a la expresión visible, aunque no sea buscada, de separatistas y separados. En teoría buscan fines opuestos, pero en la práctica coinciden en lo mismo, que es la confrontación». Sería lamentable, por tanto, que al final haya un nuevo Estatuto de Cataluña -que lo habrá, sin duda- impuesto o despreciado, caras de la misma moneda, por quienes representan a partes iguales a la inmensa mayoría de los españoles.