La dirección del viento

LA EMPRESA dueña del helicóptero dice que el batacazo se debió a una ventolera. Otros culpan al piloto, que es al que menos le convenía caerse, por aceptar un riesgo excesivo, pero también hay quien le elogia por haber evitado una tragedia. En general, se descarta que alguien perteneciente a otro partido le tirara una pedrada al aparato, con la intención de darle a Mariano Rajoy o con la esperanza de darle a Esperanza. Por fortuna ambos han salido ilesos y tienen algo que contar. De momento, lo están contando otras personas, con notoria exageración. Vivimos una época de extraordinarias desmesuras. El que fume en el retrete de su casa, si el hecho realmente trasciende, no será contratado en determinadas empresas y el que compre un disco en un top-manta podrá ser multado. Unos chavales de pocas ideas, pero muy fijas, han sido detenidos por la Guardia Urbana de Barcelona, cuando portaban una garrafa de gasolina en la puerta de la emisora Cope de esa ciudad. Los tres policías que detuvieron a un par de militantes del Partido Popular en el llamado «caso Bono», acaban de sentarse en el banquillo, aunque se confía en que se levanten pronto. La verdad es que Bono no fue realmente agredido, sino increpado y quienes se metieron con él vociferaban mucho, pero sólo esgrimieron el palo de una bandera. Las exageraciones son también verbales. De Mariano Rajoy se acaba de decir que es «el Ronaldinho de la política», aunque hasta ahora todos sus balones hayan dado en el poste. Pero eso no es nada al lado de lo que creen algunos que hubiera pasado si el dichoso accidente del helicóptero hubiese terminado en tragedia; nada menos que «cambiaría el rumbo de la Historia». Parece excesivo comparar el meñique del presidente del Partido Popular con la nariz de Cleopatra. Eso sólo hubiera sucedido si Napoleón muere de unas tiofideas siendo cadete o si Gandhi no aguanta su primer ayuno. No exageremos. Parece que estamos aventados todos.